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PÍO DE PIELTRECINA 339 cante, casi sacramental, de la íntima unión con Dios, tan admirable– mente descrita como maravillosamente vivida. Pero, y he aquí cómo emerge desde el centro del alma ocupada por Dios la compasión de las miserias ajenas, y, en particular, res– pecto a los pobres necesitados. «La grandísima compasión que sien– te el alma a la vista de un pobre le hace nacer en su propio interior un vehemente deseo de socorrerlo, y si yo mirase a mi propia volun– tad llegaría hasta despojarme finalmente de mi propia ropa para vestirlo. Si luego sé que una persona está afligida, bien en el alma o en el cuerpo, qué no haré unido al Señor para verla libre de sus males. Con tal de verla libre asumiría con gusto todas sus aflic– ciones, cediendo en su favor los frutos de tales sufrimientos, si el Señor me lo permitiese» (26 marzo 1914). Después de esta conquista se adentran en el alma del padre Pío las tinieblas de la «noche oscura»: «Es la alta noche para el alma... Los bellos días pasados con el dulcísimo Jesús desaparecen del todo de la mente ... Para mí todo está perdido» (4 mayo 1914); «todo es desierto, todo es desconsuelo» (20 junio 1915); «todo es oscuridad en torno a mí y dentro de mí» (19 julio 1915). Una filigrana de amor doloroso atraviesa el alma desierta y oscura dando un significado de ofrecimiento al abandono: «lo que más me hiela la sangre alrededor del corazón es que muchas de tales almas se alejan de Dios, fuente de agua viva, por el solo motivo de que ellas se encuentran ayunas de la palabra divina» (20 abril 1914); «los horrores de la guerra, padre mío, me tienen continuamente en una mortal agonía. Quisiera morir para no ver tantos estragos y si el buen Dios quisiera concederme en su misericordia esta gracia, le quedaría muy reconocido» (20 mayo 1915). El padre Pío se ofrece a Dios por su provincia religiosa «usque ad effusionem sanguinis» (16 febrero 1915); encuentra justa la prue– ba del abandono y de la «profunda noche del espíritu», porque «no es justo que en tiempo de luto nacional, incluso mundial, haya un alma que porque no esté en el campo de batalla, al lado de sus hermanos, tenga que vivir, aunque sea por un sólo instante, en la alegría» (20 junio 1915); habla frecuentemente con Jesús de la gue– rra y una vez recibe una señal misteriosa «¿Querrá él mismo, qui– zás, intervenir en el arreglo de esta conflagración mundial? (19 di– ciembre 1917).
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