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336 « ... el Señor me dio hermanos» con desarmada simplicidad: «He sido encontrado digno de sufrir con Jesús y como Jesús». Su «vocación de corredimir» a la humanidad constituye una misión especial que ha caracterizado toda su vida: el Señor «me hace ver, como en un espejo, que toda mi vida futura no será otra cosa que un martirio» Uunio 1913); «el mismo Jesús quiere mis su– frimientos, tiene necesidad de ellos para las almas». El comprende la belleza de esta misión y para «agradar», «con– solar», «complacer» a Jesús, se vacía siempre del todo en sus pe– nas: sufrir y sufrir «sin un verdadero consuelo» para aliviar más los dolores del buen Jesús; es esta «toda la razón por la que deseo sufrir y sufrir sin recibir consuelo, haciendo de ello toda mi gloria»; «Jesús me dice que en el amor está El mismo que me ama; en los dolores, en cambio, soy yo el que lo amo a él». La fuente inagotable de su fortaleza, generosidad y perseveran– cia es la cruz: «Sufro y sufro mucho, pero gracias al buen Jesús, me encuentro todavía con un poco de fuerza; ¿y de qué no será capaz la criatura cuando se siente ayudada por Jesús? Yo no deseo ciertamente sentirme aliviado del peso de la cruz, ya que sufrir con Jesús me resulta grato; contemplando a Jesús con la cruz sobre sus espaldas me siento más fortalecido y exulto con santa alegría». La meta de la vía dolorosa no es otra que el monte Calvario: «La cruz será plantada sobre el Gólgota, pero hace falta reconocer que el paso que hay que dar para colocar allí la cruz requiere todavía tiempo y después para agonizar allí con Jesús se requiere también tiempo». Y dirigiéndose a Dios con confianza temerosa de sí mis– mo: «Tú me has hecho subir hasta la cruz de tu hijo y yo me esfuerzo por adaptarme a ella de la mejor manera: estoy convencido de que jamás bajaré de ella». Pero el padre Pío revela también el secreto de este sufrir con Jesús y como Jesús: «Quizá no me haya expresado bien todavía respecto al secreto de este sufrir. Jesús, varón de dolores, querría que todos los hombres lo imitasen. Ahora Jesús me ofreció también a mí este cáliz; yo lo acepté para no ahorrarme nada». Y a una hija espiritual le dice la verdad desnuda: «No es la justicia, sino el amor crucificado el que te crucifica y te quiere a sus penas amarguísimas sin consuelo y sin ningún otro sostenimien-
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