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PÍO DE PIETRELCINA 323 «gran señora»; su hospitalidad era siempre excesiva, señorial, aun dentro de su simplicidad; tanto ella como su marido sabían poner una nota de alegría a su alrededor, dispuesta siempre a contar bellas historias y con qué maestría... La alegría, el gracejo fácil, la ingenuidad hecha broma, el «sa– ber contar las cosas», el padre Pío los vivió y aprendió de boca de sus padres y los revivió con una maestría encantadora. Pasó su infancia y adolescencia en un ambiente sereno y tran– quilo: casa, iglesia, campo y, más tarde, escuela. Muchacho silen– cioso, tranquilo y reservado; fácilmente, y con gusto, se apartaba de la compañía de sus amigos; pero el amor a la soledad no lo convertía en un ser solitario, aislado y tristón; ingenuo y casi retraí– do, con una extrañeza que, sin embargo, es privilegio de las almas simples y buenas, hecha de candor y no de arrogancia. Ya, desde entonces, Dios lo trabaja, y, la vocación, tierno ger– men, explica su actitud tímida y su carácter extremadamente reser– vado. «Los éxtasis y las apariciones -nos dice su director espiritual el padre Agustín- comenzaron cuando tenía cinco años, cuando tuvo el pensamiento y la intención de consagrarse para siempre al Señor». El don de Dios caía en tierra fértil. Su madre nos presenta a Francisco como un niño «tranquilo y sereno»; con los años crecía en él el amor a la oración y a la penitencia; a veces, su madre, por la mañana, encontraba su camita intacta porque Francisco ha– bía dormido en tierra, con una piedra por almohada; se azotaba con una cadena de hierro, hecho que repetía frecuentemente, según testimonio de su propia madre, la cual ante la pregunta: «Pero, ¿por qué, hijo mío, te azotas así?», recibía esta respuesta del hijo: «Me debo azotar como los judíos azotaron a Jesús hasta hacerle brotar sangre de las espaldas». De su amor a la oración y a la soledad nacía la sed de sufri– miento que con el correr de los años echó raíces cada vez más pro– fundas en la vida del padre Pío: era una preparación a su misión corredentora. Los padres de Francisco, apenas lo vieron capaz, le confiaron el pastoreo en el campo de dos ovejas y, mientras éstas pastaban, si estaba solo rezaba frecuentemente el rosario; si se encontraba

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