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Pío de Pietrelcina Una vocación «expiatoria» Alejandro de Ripabottoni En el rico y variado panorama de la espiritualidad del siglo XX, tal vez no se exagere demasiado cuando se afirma que el pue– blo de Dios ha seleccionado a un protagonista absoluto: el padre Pío de Pietrelcina. Su personalidad, amada y discutida en este campo tal vez más que ninguna otra, resurge todavía con más vitalidad en la medida en que el paso de los afios nos van alejando de su muerte, desper– tando una atracción universal. Este hecho se rodea, más si cabe todavía, de colores maravillosos, si se piensa que el padre Pío, des– de el afio 1918 -afio en el que recibió los estigmas-, hasta 1968 -afio de su muerte-, no salió ninguna vez del pequefio pueblecito de San Giovanni Rotondo, en una época caracterizada por el rapidí– simo y continuo acercamiento de las distancias, mediante los más sofisticados medios de comunicación. El secreto de una presencia tan universal hay que buscarlo, sin duda alguna, en la respuesta que la gente, creyente o no, ha creído encontrar, en la imagen del padre Pío, al problema central de este siglo. Este problema ha sido planteado por un hombre de la talla de Albert Camus, en términos urgentes: «El problema que domina al siglo XX es ¿cómo vivir sin gracia?»; «El problema concreto que yo conozco hoy es: si se puede ser un santo sin Dios». Era la gran tentación de separar definitivamente el amor por el hombre del amor de Dios: en el fondo late siempre la tentación de querer quitar de la historia el sentido cristiano de la vida.
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