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308 « .. . el Señor me dio hermanos» la preparó amando, haciendo de buen pastor en el confesonario. Solía repetir: «Hemos de vencer siempre con la caridad». En una estampa que representaba a Cristo en ademán de bendecir, escribió el 23 de abril de 1910: «Quiero llegar a ser un vaso elegido a fin de que se consiga un solo Redil y un solo Pastor». Un profesor de la universidad de Padua dio el siguiente testi– monio: «Me parece que toda su vida ha sido un himno de exalta– ción de la virtud de la caridad hacia el prójimo. Con gusto acogía siempre a cuantos recurrían a él, y veía con entusiasmo que le lleva– ra cualquier pecador especial, necesitado de benevolencia, diciéndo– me: tráigamelo, tráigamelo». Un canónigo de Padua confirmó: «Por el prójimo sacrificó toda su vida a fin de salvar a las almas. El padre Leopoldo pudo ser llamado el mártir del confesonario: siempre a disposición, a la hora que fuera, incluso durante 15 horas segui– das». Con el convencimiento de que «la caridad prepara la unidad». En el confesonario «mi Oriente» La «voz de Dios», que invitaba a trabajar por el retorno de los orientales disidentes a la Iglesia una, había sido explícita para fray Leopoldo a sus 21 años. También fue explícita la voz de los superiores que le confiaron el ministerio de oír confesiones. El padre Leopoldo no podía dedicarse a la predicación: era de palabra a ve– ces lenta, a veces precipitada, cansada, como balbuciente. No goza– ba de salud para dedicarse a la evangelización: se presentaba con un cuerpo pequeño (de 1,35 m.), encorvado, pálido, muy endeble, atormentado por no pocos achaques, como dolor en los ojos, mo– lestias de estómago, artritis deformante. Justamente acabará con su . vida un terrible cáncer de esófago. Dios lo llamaba para estar entre los pueblos orientales. Pero la obediencia lo encerró en un confesonario. El mismo Dios, que claramente le había abierto el camino, parecía que se lo cerraba. Dios cierra para abrir, porque en su providencia sabe tejer sus bor– dados incluso en el revés del diseño. Así lo entendió el padre Leopoldo, destinado al estrecho cerco de una celdilla-confesonario. El 12 de septiembre de 1935 escribió: «Toda alma que vaya en busca de mi ministerio será entonces 'mi Orien-

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