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304 « ... el Señor me dio hermanos» habían movido a hacerse capuchino y sacerdote en Venecia la pre– sencia y la actividad de los capuchinos vénetos en Castelnovo: allí habían llegado en 1688, como capellanes militares en las naves de la Serenísima y con la predicación habían mantenido viva la fe en los católicos del pueblo y del territorio interior y allí habían perma– necido en una pequeña residencia, incluso después de la caída de la república véneta, para asistir espiritualmente a los italianos. Ya sacerdote, Mandié pensó siempre que volvería a estar con sus paisa– nos a fin de mantenerlos en la fe católica. Bogdan Mandié era un muchacho reflexivo . Tenía que hacerle pensar el vivir su fe católica en medio de gente de otras religiones, como la musulmana. Los croatas en 1529 habían merecido del papa León X el calificativo de «scutum saldissimum et antemurale chris– tianitatis» (escudo firmísimo y fortaleza de la cristiandad) por su larga lucha contra los secuaces del Corán. El joven Mandié, ade– más, había constatado en su pueblo natal la presencia de iglesias y ritos diversos, como los de los cristianos ortodoxos. Viviendo en el límite entre oriente y occidente, en contacto con diversidad de religiones y de ritos, entre enojosas diferencias y controversias, se le había presentado el problema de la desunión y del ecumenismo. En la segunda mital del siglo XIX el obispo José Juraj Stross– mayer tenía compromisos de iniciativas ecuménicas, encaminadas to– das ellas a realizar una «unión en la diversidad». Se lograría con el amor y el respeto recíproco de los ritos, de la lengua, de los derechos tradicionales. En 1882, el mismo obispo había consagrado la catedral de Djakovo i Srijem, ya Bosnia, con finalidades explíci– tas: «para la gloria divina, para el ecumenismo de la Iglesia y para la paz y el amor de mi pueblo». En este contexto socio-cultural– eclesial se esbozaba y se estaba madurando la pasión de Mandié por el ecumenismo, por la unidad. Consagrado sacerdote, más allá de su pueblo de Croacia, cató– lico en su mayoría, el padre Leopoldo veía la masa de los pueblos orientales, separados de la unidad de la Iglesia: los no católicos mo– nofisitas, nestorianos, ortodoxos. Esta masa de gentes -búlgara, griega, servita, rusa- la sentía como algo suyo, «pueblo», «gente», «hermanos», «disidentes», «Oriente». Ya la había sentido a sus 21 años, siendo clérigo capuchino en Padua, en 1887. Lo recordó al
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