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302 «...el Señor me dio hermanos» cal señale la marcha de un hermano oculto en un confesionario: allí se había dado a conocer durante ocho años y realizaba un gran bien. Cuando el 16 de octubre de 1923 se tomó la decisión por parte de los superiores de trasladar al confesor padre Leopoldo desde Pa– dua a Fiume, siete días después el obispo de la ciudad, el siervo de Dios Elías Dalla Costa, escribía al superior provincial: «El destino a Fiume del buenísimo padre Leopoldo ha despertado en toda la ciudad de Padua un sentido de gran amargura y de verdadero dis– gusto. Muy distinguidas personalidades del clero y de los seglares piden a Vuestra Paternidad Reverendísima que permanezca aquí.» Imploraba el retorno del «confesorn «para el bien de esta gran e insigne ciudad y diócesis» y aseguraba que todos lo acogerían «con entusiasmo». Los dos testimonios mencionados adquieren mayor relieve cuando se conoce de cerca a aquel «confesor» de Padua al que no le falta– ba un... carácter nada suave. En las venas del padre Leopoldo co– rría sangre no agua. De carácter ardiente y de temperamento llama– ríamos «leonino», tenía a veces sus venas como plumas erizadas. Lo confesó él mismo al siervo de Dios don Juan Calabria: «Da/ma– ta sum» (soy dálmata). Tenía costumbre de orar con la fórmula de su compatriota san Jerónimo: «Parce mihi, Domine, quia da/ma– ta sum!» (Perdóname, Señor, que soy de Dalmacia). A pesar de su duro carácter, se controlaba bien y alcanzaba éxito , por coraje, poniendo marcha atrás, haciéndose violencia a sí mismo, cantando victoria en el perdón. Muchos son los testimonios que constan en el proceso . Recojamos algunos: «No obstante su carácter sabía dominarse, sin mostrar exteriormente lo que ocurría en su interior» . «De carácter fuerte, pero siempre con el control de sí mismo: a veces su rostro religioso se inflamaba por completo, pero sin salir de su boca palabra alguna que desentonara». «Sabía perdonar generosamente las pequeñas ofensas que recibía en el con– vento, no mostrando resentimiento alguno. Y esta era una gran vir– tud, dado su carácter más bien fuerte» . «Ha sido objeto de incom– presiones y de críticas, ya porque al atender a las confesiones algu– na vez no acudía a los actos de comunidad, ya porque parece que usaba demasiada amplitud con los penitentes. El, sin embargo, lo toleraba todo pacientemente y, si se presentaba el caso, incluso usa-

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