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San Leopoldo Mandié Bisagra entre los hombres y Dios Fernando de Riese Pío X Desde el 8 de abril de 1263, todo creyente que llega a Padua busca la basílica del «Santo» y en ella su «arca», es decir, la tumba del franciscano Antonio de Padua. Desde el 25 de abril de 1909 hasta el 30 de julio de 1942 acudían a Padua muchísimos fieles con el afán de encontrar el convento de capuchinos (Plaza S. Croce) para ver la celdita-confesonario y en ella al confesor llamado padre Leopoldo de Castelnovo. Con un estilo completamente perso– nal, muy suyo, escuchó las historias humillantes del pecado. Muere el padre Leopoldo el penúltimo día de julio de 1942 y aquella celdita-confesonario es, después del arca del Santo, la segun– da etapa del que peregrina a Padua. Con estos dos hijos de san Francisco la ciudad veneciana atrae a gente de todas partes del mundo. Antonio y Leopoldo llegaron a la santidad, viviendo el Evange– lio según la regla de san Francisco y sirviendo a los hombres para llevarlos a Dios. Dos franciscanos que vivieron en Padua, aunque eran origina– rios de países lejanos (Antonio de Portugal, Leopoldo de Croacia). Ambos desarrollaron su ministerio y murieron en Padua: el portu– gués en la primera mitad del siglo XIII, el croata en la primera mitad del XX. Para Padua son ciudadanos suyos. Los dos tienen fama universal de santidad y gran poder de intercesión. Antonio, cuya lengua se conserva intacta, fue predicador, maes– tro, «Doctor Evangélico», actuó al aire libre, ante las multitudes. Leopoldo tiene la mano derecha incorrupta, a la vista de todos. Fue el ministro del perdón en el sacramento de la reconciliación, en el secreto de cada alma.

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