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LEOPOLDO DE ALPANDEIRE 293 accidente ... ha servido al virtuoso capuchino para dar una vez más gracias a Dios que le ha deparado este regalo. No se queja... sólo se oyen de sus labios frases de elevado fervor». El médico no sabe a qué atenerse: «Estoy bien, porque estoy como Dios quiere». Una riada de público, de los más variados estamentos sociales, invadió el sanatorio, pero él afloraba su desnuda celda conventual a la que regresó tras una mejoría calificada de sorprendente. ¡Luz verde a su vocación de contemplativo! Al cabo de pocos meses, apoyado en dos bastones, seguía en casi todo la vida conventual. En la iglesia pasaba la mayor parte del día. Fiel a su misión de caminante recorrerá el Vía-Crucis (siempre lo hizo diariamente) y se le verá horas enteras ante el sagrario, ante la imagen del crucifi– cado y de la Virgen. «El Señ.or me deja ahora libre de ocupaciones para que rece por todos». Sus ojos, tocados ya por la ceguera, pa– recían mirar únicamente al mundo que llevaba dentro. Imposible vislumbrar la intensidad espiritual de estos tres años. Dios le probó también con llagas ulcerosas que estimó como auténticas dádivas del cielo: «El Señ.or me las envía para expiar mis muchos pecados». Y con una tortura espiritual: al término de una vida plena, la estimaba vacía: «Si hubiera sabido aprovecharme de tantas gracias recibidas ahora sería santo; pero ¡cómo he perdido el tiempo!». Los religiosos irán en su busca para escuchar sus frases espontáneas, de madurez espiritual y humana, nacidas del sosiego interior que doraba el atardecer de su vida. Fin de su peregrinación A la una y cuarenta minutos del 9 de febrero de 1956, la her– mana muerte desligó su alma de las ataduras carnales. En el rostro de su víctima dejó una expresión de paz, de serenidad espiritual... A la mañ.ana siguiente la noticia corría de boca en boca. Multitud de personas de todas las edades y clases sociales desfi– laron ante el cadáver tocando a él objetos de devoción. A pesar de la vigilancia de los frailes, le arrebataron trozos del rosario, del cordón y del hábito. Bajó a la tumba con lo imprescindible para cubrir decorosamente su cuerpo.
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