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LEOPOLDO DE ALPANDEIRE 285 sea Dios!». Compasivo se acerca al blasfemo: «Hermano a Dios sólo se le nombra para alabarle». Reñían y blasfemaban dos hombres navaja en mano. Con va– lentía les increpa, pero al no ser escuchado, se arroja entre ellos de rodillas, con los brazos en cruz. Su intervención heroica evitó una tragedia. Por Granada circula un suceso calificado de prodigioso. A un carretero se le atascó el carro en la cuesta de Gomérez. Iracundo, suelta latigazos y blasfemias. - ¡Hombre de Dios! -interviene- ¿cómo le va ayudar el Se- ñor si le está ofendiendo? Y agrega compasivo: - Vamos a ayudar a estos animalitos. Toma las riendas, acaricia las mulas y salvó el atolladero con facilidad inexplicable. Entre las mieses lo vieron de rodillas ayudando a un campesino a pedir perdón a Dios por blasfemias proferidas. Identidad del capuchino El padre Benito de Illora, su confesor, que convivió treinta años con él, me hizo esta observación: «Pienso, que si se formara una comunidad con todos los santos y beatos de la Orden, y en ella viviese fray Leopoldo, éste sería como uno más. No desentonaría entre los que ya están en los altares». Resultará ocioso añadir más sobre un fraile cuyas jornadas eran páginas vivas de la Regla de san Francisco. D. Miguel Peinado, obispo de Jaén, escribe: «Lo conocí personalmente y puedo testificar que este hombre vivió con auténtica sencillez franciscana el mensaje evangélico de amor y de pobreza». Empero apuntemos algunas peculiaridades. Pobre con Cristo pobre. Su habitación era la desnudez misma. Pero aún más que la carencia, destacaba el desasimiento de lo poco que usaba, y la disponibilidad de sí mismo para todos. En la clínica añoraba su lecho de tablas. «Esto es demasiado regalo para un po– bre capuchino». Tenía un sólo hábito muy remendado. En las comi– das evitaba singularizarse, y sorprendido comiendo sólo pan y agua, pretextaba falta de apetito. Procedía ingeniosamente en sus mortifi-
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