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282 «... el Señor me dio hermanos» En una vida de jornadas tan idénticas aridece el espíritu, si no permanece receptivo a todo lo sobrenatural. Pero él realizará el prodigio de «la sublimación de la rutina; hacer las cosas lo mejor que podía, sacar agua del secarral, haciendo de todo pasto para su espíritu de perfección» ¿Cómo, si no, en tan humilde quehacer pudo dejar tan profunda huella?. Era proverbial su recogimiento entre la barahunda ciudadana. Seráfica y natural compostura, inmerso en la contemplación. Como él aconsejaba: «Hermano, la mano en el rosario, los ojos en el sue– lo y el corazón en el cielo». Así lo recuerdan y describen generacio– nes de granadinos. Así lo vivió un poeta: Los labios callados: para escuchar el alma. Los labios con voz: para orar santamente. Los ojos hacia el cielo: para vivir la esperanza. Los ojos hacia el mundo: para amar dulcemente. Con humildad de mendigo y alegría espiritual pisó las alfom– bras de las casas palaciegas y los suelos de barro o ladrillo de las humildes. En unas para pedir, en otras para llevar el pan de su caridad, y en todas para darse a sí mismo. Llamará a todas las puertas para ofrecer a todos la oportuni– dad de hacer caridad. Sube hasta un tercer piso, le dan dos pesetas y sólo toma una. Si le dan una limosna generosa que cree superior a la capacidad económica del donante, se ingeniará para no aceptar– la íntegra. Si al acercarse a una casa ve a otros pobres, pasará de largo para no mermarles la limosna. Nunca quiso ser ladrón de limosnas. Ni se venderá por ellas. Recuerdan muchos sus admoniciones, aunque aseguran que no molestaban porque tenía «buena sombra» para hacerlas. Oportunamente dirá sin respeto humano: «Señora, una mujer cristiana debe vestir más honesta». Al llegar a una casa de títulos nobiliarios, sorprende a la dueña reprendiendo con aspere– za a una sirvienta. Ella se justifica: - ¡Qué servidumbre, hermano, qué servidumbre! Pero los varones de Dios son insobornables. - Señora, no olvide usted que las criadas también son hijas de Dios. No sale sólo a pedir, sino a dar. A cambio de unos trozos

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