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270 « ... el Señor me dio hermanos» virtudes insignes de este fraile-obispo capuchino. Pudieran corrobo– rarse todavía bastantes más con un copiosísimo documental de anéc– dotas y testimonios, tales como la caridad para con Dios y el próji– mo, su humildad profunda, la mansedumbre y dulzura exquisitas, que hacían pensar en san Francisco de Sales, a quien, junto con san Juan de Ribera, consideraba modelos a imitar en el episcopado; su espíritu de oración, los carismas sobrenaturales, como aquel halo de luz que algunas personas afirmaban percibir en torno a su cabe– za; y todo el catálogo de virtudes teologales y morales, practicadas, como sus votos religiosos, en grado heroico durante la vida, y reco– nocido así canónicamente después de su muerte. Esta le sobrevino en Godella el 1 de octubre de 1934, a los 80 años de edad. Cuando el obispo que le administró el viático le oyó murmurar: «No soy más que un pobre pecador», no pudo menos de comentar, para los presentes y para la historia: «¡Es un santo, es un santo!». Fue sepultado en el sepulcro por él mismo previsto, cerca del de sus antepasados, en la iglesia de la casa-madre de sus hijas las terciarias capuchinas de Masamagrell. Aquella fama de santidad, difusa ya en su vida, aumentó con rapidez después de muerto, sostenida por los numerosos portentos atribuidos a su mediación. Hacia los altares En 1950 se instruían en la diócesis de Valencia los procesos ordinarios informativos sobre su fama de santidad, de virtudes y milagros en general, y se iniciaba el examen de sus escritos, pasán– dose el resultado a la congregación de ritos en 1952. Desde esa fe– cha a 1960 se solventaron en Roma los demás requisitos previos a la apertura formal de la causa. En 1969 firmaba el promotor de la fe sus observaciones, y, en 1971, la respuesta del abogado defensor. En su reunión del 1 de marzo de 1977, la congregación para las causas de los santos votó unánimemente a favor de la introduc– ción de la del siervo de Dios Luis Amigó y Ferrer, decisión refren– dada por la de la junta de cardenales el 5 de julio y ratificada por Pablo VI el 7 del mismo mes y año.
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