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268 «... el Señor me dio hermanos» Cada sábado la oficiaba en público sobre el altar de la Virgen pa– trona de Solsona. Segorbe, o las pastorales de la paz En la diócesis de Segorbe, a la que fue transferido en julio de 1913, se propuso desde un principio restaurar la iglesia catedral, devolver al culto la vieja iglesia de Santo Domingo e incrementar él de la Santísima Virgen en su santuario de la Cueva Santa, con– fiándolo a una comunidad religiosa. Pero, además de esas, realizó otras muchas obras de importan– cia, como la ordenación modelo del archivo diocesano, la readapta– ción del reglamento del seminario a las normas del nuevo código de derecho canónico, y la traslación de la parroquia de la catedral a la recuperada y restaurada iglesia de Santo Domingo. Apoyó, ade– más, o lanzó y llevó adelante proyectos como los del templo de la Sagrada Familia en Masamagrell y el asilo de Segorbe, ambos relacionados con sus hijas las terciarias capuchinas. Su programa pastoral siguió la misma pauta que en Solsona, es decir, polarizándose sobre todo en favor de la instrucción cristia– na de los simples fieles, y, en especial, de la juventud y de la clase trabajadora. Las pastorales de ese período acometieron los temas más variados, con particular reincidencia sobre el de la paz (cuatro de ellas: Sobre la paz navideña; Por la paz de Europa; Gritos de paz; Justicia y paz) y de san Francisco (una con motivo del VII centenario de la orden tercera en 1921 y otra con el del centenario de la muerte del santo, 1926). Pero hizo también hincapié sobre otros muchos asuntos, entre ellos, los del progreso y la irreligión, la comunión pascual, la justi– cia y voluntad divinas, el escándalo, la Iglesia y la ciencia, el uso de las riquezas, la fe, la caridad, el matrimonio, el seguimiento de Cristo por la vía de la cruz, el ministerio apostólico, subvención al culto y clero, la salvación y el centenario de la muerte de Cristo (1933). El tratamiento de esos y otros muchos temas en sus 48 pas– torales y 102 circulares, era un fuerte aldabonazo a la conciencia cristiana, no tanto por la novedad de las ideas desarrolladas, cuanto por la incisividad con que las exponía, y constituyen hoy un reflejo incomparable de su espíritu.
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