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16 «... el Señor me dio hermanos» Tenía una compasión más que materna por las enfermas y pedía a veces al Señor las librara de sus sufrimientos, pasándoselos a ella. Sucedió así con el mal de oídos de sor María Felice, con un convulsivo dolor de dientes de sor María Angela, con una artrosis cervical de sor María Isabel, con una llaga en la rodilla de sor María Celeste. Para su ciudad natal, amenazada de peste, obtiene que se aleja el azote, ofreciéndose como víctima e intensificando las penitencias. Co– mo san Pablo que llega a desear ser anatema de Cristo en favor de los hebreos, sor María Magdalena se ofreció «el ir al infierno para conseguir a los pecadores la salvación eterna». Y no fue éste un ofreci– miento veleidoso, sino la expresión suprema de una vida inmolada, cru– cificada a una penitencia heroica por amor de Dios y del prójimo. En este deslumbramiento de caridad se consumió hasta lo últi– mo. El jueves santo del año 1737, no obstante estar en el final de sus fuerzas, quiere repetir el gesto del Señor: como abadesa lavó los pies de las hermanas y después, permaneciendo de rodillas, les dirigió una fervorosa exhortación, a la humildad y al amor mutuo. La salud ya no le respondía y, después de pascua, puso en manos de la vicaria el gobierno del monasterio. Ingresa en la enfer– mería en octubre de 1734. Un cúmulo indescriptible de males la iba llevando al encuentro de la «hermana muerte». El ocaso fue rápido y sereno. Cuando supo que el final era inminente, tuvo un espasmo de gozo y, toda festiva, vuelta a las ancianas que la rodeaban, dijo: «¡Oh madres, moriré también una vez, moriré!». Y para que contuviesen las lágrimas, con afectuosa ternura, metió en sus bocas unas moras que tenía delante. Rezaba en voz baja, usando versículos bíblicos en latín: «Sitivit anima mea ad Deum f ontem vivum... Quando veniam et apparebo ante faciem Domini?». Se le oyó bisbisear: «¡Voy, voy Señor!», y fue al encuentro del esposo que la invitaba, manifestándole su rostro reverberado de cielo. Era el 27 de julio de 1737; iba a cumplir 32 años de vida reli– giosa y 50 años de edad. En el cuadro al óleo, obra del célebre pintor A. Paglia que la re– trató después de la muerte, fue puesta la leyenda sugerida por su con– fesor: «Retrato del amor de Dios, de la paciencia de la penitencia». Fue beatificada por León XIII el 3 de junio de 1900.

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