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266 «... el Señor me dio hermanos» quedaba vacío y admitió la apertura de un postulantado de los pa– dres dominicos en la capital de su pequeño obispado pirenaico. En– tre las muchas iglesias que consagró merecen recordarse la parro– quia de Masamagrell, en la que había sido bautizado, y la de Nues– tra Señora de Pompeya, de los capuchinos barceloneses. La vida por sus ovejas En lo pastoral de índole más espiritual, fue fiel a su lema de dar la vida por sus ovejas (Jn. 10,15). Veló por su bien lo mismo en palacio, abierto a todos, en especial a los sacerdotes y a los pobres, que en la catedral, donde dedicaba al confesonario un día cada semana; o en las frecuentes visitas pastorales y en el apostola– do de la predicación y de la pluma. Dirigió a sus diocesanos doce exhortaciones pastorales, cuyos simples títulos dejan entrever su lí– nea doctrinal e inquietudes apostólicas, por ejemplo: De la imita– ción de Cristo; Jesucristo, camino, verdad y vida; Enseñanza de la verdad; ¿Sois cristiano?; Del amor de Dios; Del celo y fervor; So– bre la Navidad; Devoción al rosario, etc. Hombre de su tiempo, hizo girar la acción episcopal en torno a tres puntos de máxima actualidad en nuestro siglo: el fomento de la vida cristiana, la cuestión social y la formación religiosa de la juventud. Algunos de los medios elegidos para lograr el primero de esos objetivos eran entonces verdaderamente populares, como el rezo cantado del «rosario de la aurora», o las grandes peregrinacio– nes (en la de Verdú, patria de san Pedro Claver, tomaron parte más de 20.000 fieles); otros eran más de élite, como la adoración nocturna y la participación en las funciones parroquiales vespertinas los días festivos. El procuraba ser en todo el primero, y tan exacto, que su maestro de ceremonias solía considerarse innecesario. En la cuestión social se esforzó por llevar a la práctica las directi– vas de la Rerum novarum. Aunque no era tan agudo en su diócesis el problema obrero como en otras zonas de Cataluña, no dejaba de verse salpicada por algunas de sus reverberaciones, como la sin– dical, y estaba más o menos patente, como en todas partes, la lucha de clases, al menos en su aspecto endémico de las grandes diferen-

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