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LUIS AMIGÓ Y FERRER 259 rrán, suplicándole que, por sí o por un delegado competente, acu– diese a inocularla a su aislada comunidad. Los apuros del superior de capuchinos fueron indecibles, máxi– me teniendo en cuenta que la fraternidad vivía de unas limosnas que ya no podrían llegar a ella, pues la policía se mostró inflexible. El padre Luis se resignó, pensando que el Señor no los abandona– ría. Y así fue, pues los campesinos se las ingeniaron para burlar la vigilancia de los carabineros e inundaron el «sitiado» convento con más limosnas que nunca. No menores tribulaciones le vinieron de parte de sus religiosas, para quienes la epidemia significó la prueba de sangre. El ayunta– miento de Masamagrell le pidió enviase algunas a cuidar de los con– tagiados, de quienes huían con frecuencia los propios familiares; el fundador vio que tal socorro demandaba una virtud heroica, y por eso se limitó a exponerles el asunto y decirles que, lo manifestara y firmara en carta. Se ofrecieron todas; fueron enviadas cuatro y en poco tiempo habían muerto las tres más jóvenes. Pero su sacrificio llenó de dinamismo a la probada congrega– ción, que experimentó un rápido aumento y la apertura de nuevos horizontes a su celo. Los niños huérfanos a causa de la epidemia eran numerosos, y de acuerdo con las juntas de la Orden tercera, se alquiló una casa y se la convirtió en asilo para ellos. Del clero diocesano y de la propia Orden capuchina le provinie– ron motivos más refinados de sufrimiento a propósito de su querida fundación. Algunos sacerdotes disuadían a las monjas de continuar en ella, alegando que todo procedía de una cabeza desequilibrada. Y el propio provincial, Joaquín de Llevaneras, parecía sentir alguna celotipia por dirigir él la congregación, actitud que más tarde pudo desembocar en un cisma para ésta. Pero, como, en decir del padre Luis, su obra era de Dios, superó todos los peligros externos e in– ternos y se difundió pronto fuera de España y en tierras de misión y, con el tiempo, extendería sus cuidados también a la actividad, más específica de la rama paralela masculina, en casas de corrección de menores, o reformatorios.

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