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MARIA MAGDALENA MARTINENGO 15 ayudante de sacristana, maestra de novicias, portera, vicaria, abadesa. Perteneciente a una familia entre las más nobles de Brescia, ingresa en el monasterio «no para señorearse, ni dominar, sino más bien para estar sujeta a todas, y con perseverancia hasta la muerte, a ejemplo de Jesucristo». Novicia, fue mandada a cavar en el huerto bajo el ardiente sol; neoprofesa, fue asignada como fregona en la cocina. Con toda simplicidad confiesa que «no acostumbrada a los trabajos de la religión, en hacer todo aquello tanto me sofocaba, que me convertía como en un fuego, y a veces, estos trabajos eran tan grandes, que me parecía como que se me dislocasen los huesos». Un día, sonando la campana, se le dislocó literalmente un hue– so del hombro. Acudió en su socorro una religiosa, se llamó al médico y «fue encontrado un hueso más fuera de su sitio que los otros, que no se conseguió ajustarlo, y ella permaneció tan conten– ta, viendo su mal sin remedio, ni consuelo alguno». Sin haber estado nunca encargada del oficio de enfermera, lo desarrolla espontáneamente, de manera especial cuando fue maestra y abadesa, en los servicios más humildes y pesados, «durmiendo de noche en tierra entre los lechos de las enfermas para servirles más prontamente en sus necesidades, siendo del parecer que las enfermeras deben dar un adiós al propio cuerpo, no escuchando las propias pequeñas incomodidades en sus responsables trabajos, porque en la enfermería no debe haber otra cosa que pura ca– ridad». Se encontraba en su salsa en los servicios más humildes y pesa– dos: al título de condesa había sustituido aquel evangélicamente más prestigioso de «criada del monasterio», y lo era de hecho. En el año 1731 escribió al papa para que pusiese el veto a sus elecciones a cargos importantes; pero la petición fue bloqueada por el confe– sor. Fue elegida abadesa en el año 1732, y se sirvió de este cargo sobre todo para ejercitar su espíritu de servicio y caridad. Había escrito en una deliciosa obrita titulada Luz para los superiores: «El superior no sólo debe tener caridad, sino hacerla conocer en efecto a sus súbditos que han de tenerla y con pasión». Una pobre religiosa, a causa de una gangrena avanzada, estuvo diez días en coma; quiso permanecer a su cabecera noche y día, y liberó a las encargadas para responsabilizarse ella.

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