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LUIS AMIGÓ Y FERRER 257 cisco, cuya estatua, de tamaño natural, lo presidía. El 30 de octubre vestían el hábito los primeros aspirantes, y no mucho después se hallaba difundida por los pueblos de la comarca, acudiendo al ejer– cicio común tal multitud, vestidos con la túnica y cordón, que pare– cía una verdadera peregrinación. Viendo tanto entusiasmo en la gente, el padre Luis se dio a la revitalización de las hermandades decaídas de Valencia, Caste– llón, Benaguacil, Alcira, Ollería y Alboraya y a la fundación de la Orden en siete poblaciones más, acto al que acudían, ·con sus estandartes, todas las hermandades de la región, por lo que los ter– ciarios vivían como «en una continua manifestación». Ese fervor culminó en una magna romería a un santuario mariano, con la par– ticipación de unas cinco mil personas, la mayoría de las cuales co– mulgaron al partir. Como recuerdo, ofrecieron a la Virgen una ban– dera, que el padre Luis llevó bien izada durante una gran parte del largo recorrido de más de dos horas, no obstante su estado deli– cado de salud. En una de esas correrías apostólicas en favor de la tercera or– den predicó sobre el perdón de los enemigos, a sabiendas de que eran irreconciliables el cura y el alcalde del lugar, allí presentes. De tal modo desarrolló el tema que, sin esperar a que lo terminara, las dos autoridades mencionadas, movidas del mismo impulso inte– rior, se levantaron de sus asientos, y se abrazaron en medio de los asistentes, no pocos de los cuales imitaron su ejemplo, o se dirigie– ron después, desde la iglesia, a casa de sus enemigos para reconci– larse con ellos. Las terciarias capuchinas Viendo la óptima disposición de los terciarios y, sobre todo, el deseo de algunas hermanas de consagrarse más estrechamente a Dios, surgió en la mente del padre Luis la idea de favorecer esta última inclinación, redactando para ellas un programa de vida, o constituciones: comenzaba a perfilarse de esa manera el nacimiento de las terciarias capuchinas. Plan que se hizo realidad cuando, ines– peradamente, se le presentaron un día tres de las seguidoras del padre Ambrosio de Benaguacil, suplicándole que las aceptara como base de la congregación en ciernes. Suceso providencial, que no pu-

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