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LUIS AMIGÓ Y FERRER 253 En Bayona inició los estudios de la teología y allí recibió la tonsura y órdenes menores en junio de 1876. Pero su vida de estu– diante teólogo se vio envuelta en los azares de la restauración de los capuchinos en España. Gestionada ésta con las autoridades civi– les, que dieron luz verde en virtud de un feliz equívoco político, dio comienzo en la ciudad andaluza de Antequera, teniendo como jefe de expedición al padre Esteban de Adoáin. Fray Luis de Masamagrell, destinado también a ella junto con otros tres coristas, hizo el viaje en compañía de su lector, el padre Bernabé. Después de cuarenta años de supresión, la gente había per– dido hasta la memoria del hábito religioso. Por eso, en el camino se les confundía, en unas partes, con moros, en otras con judíos, pero no se les molestó hasta llegar a Córdoba. Aquí provocaron, primero la risa, y luego la amenaza de unos jóvenes gamberros, a los que oyeron decirse entre sí «¿Qué bichos serán esos? ¿Queréis que vayamos y les demos una puñalada?». Aterrado, el padre Ber– nabé de Astorga se volvió a su estudiante, exclamando: «Hijo, bien he hecho en hacer confesión general antes de salir, pues creo no llegaremos vivos a Antequera». La cosa no pasó de sustos, y el día de san José de 1877 inaugu– raba el primer convento español de la restauración, con la mayor solemnidad y un sermón magnífico del padre Adoáin. Pero, una vez establecidos en él, hubieron de ganarse la confianza y el afecto de la población a brazo partido y no sin astucia. Mucho hizo el presti– gio del superior y la afabilidad de todos con cuantas gentes se les acercaban. Más o menos eficaz resultó el haber elegido, deliberada– mente, para maestro de obras en la reedificación de una parte del antiguo convento capuchino de la ciudad, al más anticlerical de los albañiles de la misma. Al cabo de algunos meses de contacto con los «frailes», les confesó aquél que su trato había deshecho los mu– chos prejuicios contra ellos en su cuadrilla y se ofreció a defenderlos contra cualquier adversario, aún a costa de la vida. Fue tan grande la aceptación de los capuchinos en la baja Andalucía, que antes de finalizar aquel año de 1877 habían fundado también el convento de Sanlúcar de Barrameda. A fines de la primavera del año siguiente, recibía fray Luis el subdiaconado de manos del obispo de Málaga. En ese año hizo el voto de ánimas, sellándolo con su propia sangre.

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