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252 «... el Señor me dio hermanos» «Fray Luis de Masamagrell» Le dieron el hábito el 12 de abril de 1874 y tomó el nombre de fray Luis de Masamagrell. Contra los temores de todos, el deli– cado novicio nunca se resintió de nada en su salud ni necesitó dis– pensa alguna de la rigidez de la observancia. El año transcurrió feliz y veloz, sin más perturbación que algún pensamiento en la cartuja, cuyo atractivo místico le volvía a la memoria de cuando en cuando. A la vista de esa completa normalidad, fue admitido a la profesión el 18 de abril de 1875. El maestro había quedado tan satisfecho de su novicio que, una vez profeso, le propuso retenerle con el car– go de «ángel del noviciado», o ayudante del maestro en su direc– ción. Pero el lector, padre Bernabé de Astorga, juzgó esa ocupación poco compatible con los estudios y se desistió de ella, «con bastante sentimiento» de los dos primeros. Entre los capuchinos exclaustrados, que anhelaban sinceramente la vuelta a la vida de comunidad con todas sus consecuencias, se contaba el padre Ambrosio de Benaguacil, antiguo conocido de fray Luis, que muchas veces había ponderado su celo apostólico ante el padre lector. Pero no corrían buenos tiempos para tales readmi– siones, debido a la escasa perseverancia y ejemplaridad de los inte– resados. Para disipar esos temores en el caso de su recomendado, fray Luis urdió una piadosa estratagema. Propuso a su lector que se invitase al padre Ambrosio a predicar los ejercicios espirituales a la fraternidad de Bayona, idea bien acogida por todos. «Pues te– nía yo la convicción -escribe- de que, si los daba a la comunidad, pediría (ésta) al padre Provincial su admisión». Al padre Ambrosio le previno de no negarse a predicarlos, si se lo pedían. Y todo salió según sus previsiones. Pero hubo algo más. El padre Ambrosio había ido formando en Montiel a un grupo de jóvenes deseosas de consagrarse a Dios en el claustro, y les había dado el hábito de capuchinas y algunas instrucciones por toda regla monástica, sin pasar a más formalidades canónicas. Pues bien, a veces e decía en serio al joven profeso de Bayona que alimentaba la esperanza de que, andando el tiempo, sería él quien llevaría ade– lante aquel proyecto. Era una intuición profética.

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