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14 «... el Señor me dio hermanos» Amó con las acciones hasta la muerte La sierva de Dios no se encerró en su castillo interior de contem– plación y de penitencias, sino que se abrió generosamente al servicio del prójimo con obras virtuosas de abnegación y caridad. Escudriñando en sus escritos, leemos entre otras cosas: «Dios no recibe con agrado aquella oración que no está acompañada de nuestra perfección. Y creedme que vale más un sólo acto de virtud, que todos los rosarios que podáis jamás rezar... ¿A quién favorece hacer oración, si al salir de ella no fuésemos mortificados, pacientes, humildes, carita– tivos, amantes del silencio, deseosos de sufrir y de endosarnos cualquier trabajo para aliviar a las otras, sin excusarnos por las reprensiones, aun en el caso que fuésemos inocentes?». Sin proponérselo sor María Magdalena traza aquí su autoretrato espiritual: una c~mtemplativa que da autenticidad a la oración con una ascesis exigente y un incesante servicio al prójimo. Quien la acusó de quietista, ignoraba del todo su vida y el meollo de su doctrina espiri– tual. Y verdaderamente María Magdalena, señora toda de una pieza, tuvo que sufrir incluso la afrenta de ser acusada de herejía, «engañada, ilusa de espíritu, toda una mentira». En el monasterio no faltaba el sentimiento de la humana debilidad; hubo cuatro monjas que se le opu– sieron hasta la muerte e, incluso, más allá de la misma muerte; hubo un confesor, Antonio Sandro, desde el año 1728 al 1731, que quemó como heréticos sus escritos, y un vicario le prohibió hablar de cosas espirituales con sus exnovicias. Ella soportó todo en silencio, esperando humildemente y pacientemente que pasase la tempestad. Ni siquiera es necesario decir que fuese insensible; se le ve temblar, como una caña batida por el viento, con sólo sentir nombrar a dicho confesor. Había escrito que la verdadera oración hace «deseosas de sufrir y de endosarse a cualquier trabajo para aliviar a las otras, sin excusar– nos las reprensiones, aún en el caso de que fuésemos inocentes»: lo había escrito y enseñado, porque lo había vivido. En los treinta y dos años de clausura, pasó por todos los car– gos existentes en el monasterio: fue la que fregara, cocinera, mensa– jera, hortelana, encargada del horno, barrendera, guadarropas, lavandera, lanera, zapatera, cantinera, sastra, secretaria, bordadora,

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