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FRANCISCO DE ORIHUELA 239 Su acción es pausada y escasa; actúa con naturalidad; su mano se levanta con pavor cuando advierte el crimen y los vicios, como para interponerla ante Dios en favor nuestro. Su voz no es enronquecida ni irritada por las contiendas del siglo, es voz suave y tranquila, que expresa la armonía de su espíri– tu . Quienes lo escuchan, más que admirados, salen conmovidos ... ; para escucharle... para oírle... , es necesario cambiar de nivel, tomar el suyo, subir al cielo». María: una experiencia de salvación Desde muy joven se distinguió por su amor a la Stma. Virgen María, de quien se proclamaba su esclavo. Diariamente, y a pesar de sus muchas ocupaciones, alimentaba este amor con continuos ac– tos de piedad, como el Oficio Parvo de la Stma. Virgen y el Salte– rio de san Buenaventura. María era para él una continua experiencia de salvación, que él resumía en los siguientes versos, repetidos con frecuencia y que ponía en boca de la Stma. Virgen María: «Quien me contempla, me ama; quien me ama, me implora; quien me implora, me imita; quien me imita, me agrada; y quien me agrada, se salva». Siempre llevaba el nombre de María a flor de labios, y todas las obras las hacía en su nombre. Sus cartas y escritos, sus conver– saciones y apostolado estaban saturados de ese excepcional amor a María. El padre Francisco -en frase del cardenal Vives y Tutó– evangelizaba «marianizando». Estando en la misión de la Goajira, corría entre los hermanos la noticia de que el padre Francisco era regalado con frecuentes apariciones de la Stma. Virgen María. Un joven misionero se atre– vió a preguntarle: ¿Es cierto padre Francisco que V. Rcia. ha visto a la Stma. Virgen? A lo que el padre Francisco, entre el gozo y la confusión, contestó: «No. Pero puedo asegurarte que siempre he sentido su presencia junto a mí».

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