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238 « .. . el Señor me dio hermanos» de climas y el riesgo de los ríos y las selvas. La gente del pueblo, sencilla y religiosa a su manera, más que por la presencia del obis– po, se sentía atraída por la llegada del santo, acudiendo masivamen– te a recibirle. En el oficio vespertino rezaba el rosario con los fieles y después les dirigía la palabra; su predicación era sencilla y acomodada al auditorio, siendo sus temas favoritos el perdón y la paz. Y después dedicaba largas horas al confesonario, en ocasiones hasta la madru– gada. Se interesaba por todos los problemas del pueblo, en diálogo abierto con la gente, pero su conversación giraba rápidamente hacia las cosas del espíritu, suscitando el interés de los fieles. «Todos aque– llos que le trataban o hablaban con él, quedaban como atraídos de su santo fervor y deseo de mayor perfección». Los sacerdotes fueron siempre el centro de sus mimos apostóli– cos. Vivía preocupado por su progreso espiritual, y para ello, entre otras medidas, estableció la asociación de sacerdotes adoradores del Santísimo. Pero era su trato, el ejemplo de su vida y sus continuas exhortaciones lo que poco a poco iría cambiando la fisonomía espi– ritual del clero diocesano. En ocasiones, cuando el bien de la grey lo exigía, tuvo que recurrir a las penas canónicas, que siempre die– ron abundantes frutos de conversión. En cierta ocasión, un sacerdo– te suspenso a divinis, durante la conferencia episcopal de Bogotá a la que asistía el santo prelado, publicó y propagó por la ciudad un panfleto calumnioso e irreverente contra el siervo de Dios. Su respuesta fue el silencio ... Prefirió sufrir en silencio. Y con el tiem– po aquel sacerdote volvió al buen camino, viviendo ejemplarmente hasta su muerte. En la revista de su época, entresacamos las siguientes frases, que vienen a describirnos el perfil de su alma: « ...sus pensamientos siem– pre van en busca de lo eterno, de lo verdadero, de lo bello, de lo santo ... Su naturaleza está hecha para la vida austera, llena de com– pleto abandono de lo terreno y de habitación anticipada del cielo; su mirada mansa, melancólica y dulce descubre su inclinación a la obediencia, la castidad de su alma y su profunda paz interior. De modo que al observar de cerca a Francisco en su postura, sus moda– les y su trato, se adivina desde luego, al hombre dotado de santidad.
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