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MARIA MAGDALENA MARTINENGO 13 tante en el radicalismo del amor, multiplicó los votos privados, que añadió a aquellos públicos, emitidos en la profesión religiosa. Su anhelo irrefrenable hacia el amor infinito superó todo obstáculo; bastaba que sintiese un impulso interior hacia una propuesta de em– peño particular más intenso, para secundarlo inmediatamente, ligán– dose a él con voto. La única condición impuesta era tener el con– sentimiento de los confesores. En la Navidad del 1712, con el sabio consejo del obispo-cardenal Badoero, emitió el voto de hacer siempre aquello que pareciese ser lo más perfecto y más agradable a Dios; voto ya emitido por Teresa de Avila, y que Gregorio XV, al canonizarla, alababa como «mag– nánimo, inaudito y extremadamente arduo». María Magdalena añadió el voto de tender a la santidad «en todos sus pensamientos, palabras y obras, sin tregua, hasta la muer– te, de noche y de día, con suma atención, en todo momento, sin descanso, de modo que su vida llegase a ser un continuo entreteni– miento con Dios, que es vida, centro, verdadero reposo, sin jamás, si fuese posible, separarse de El». Alimentó su ardor loco por la penitencia con el voto de imitar la pasión de Jesucristo, «con la renuncia de todo interno y externo consuelo y con el abrazar todo sufrimiento también interno y exter– no para terminar la vida siempre en las penas y angustias, clavada con Cristo en la cruz y en unión de la Virgen dolorosa». La lista no finaliza aquí: emitió hasta dieciséis votos. Nos encon– tramos sin duda ante un caso singular y, digamos también, ante un típico montaje barroco del siglo XVIII en clave espiritual. Hija de su tiempo, supo vivir con ágil libertad en este tinglado, para nosotros en– marañado y atosigado de votos y de ataduras sin respiro. Para ella no eran de impedimentos, sino «vínculos de oro, vínculos de amor, que ligándome al omnipotente y amorosísimo Señor -escribía- me sirven de alas para volar a su seno, lejos de todo lo creado y también de mí misma, porque cuanto más con la continua mortificación dismi– nuyo y muero a mí misma, tanto más me siento ligera y veloz para volar a Dios... Por consiguiente, vivo en sus divinos brazos, y siempre viviré alegre y contenta, pero al mismo tiempo mártir dolorosa por causa del amor, siendo El sólo el que me hace gozar y languidecer, penar y gustar su bondad, incluso en medio de mis infidelidades».

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