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236 «... el Señor me dio hermanos» ción y su habitual mansedumbre... era distinto a los demás clérigos, y llegaba aureolado de la fama de santidad. La diócesis pasaba por momentos difíciles. La actitud tolerante de mons. Celedón en los últimos años de su pontificado, y la guerra de los Mil Días que arreció durante tres años en el territorio dioce– sano, había dejado sus funestas secuelas: clérigos concubinarios, pa– rroquias abandonadas, templos derruidos, el seminario clausurado, total ausencia de sacramentos, familias divididas ... , hasta la misma unidad religiosa se veía amenazada por la predicación de un visiona– rio que se decía a sí mismo «Enviado de Dios» y que arrastraba masivamente a la gente sencilla. En un informe a la delegación apos– tólica de Bogotá se podía leer: «esto está casi completamente per– dido. Son pocos los sacerdotes que gocen de buena fama, ya por vivir en concubinato, ya por ser comerciantes, ya por otros mo– tivos ... ». Esta situación no desalentó al nuevo obispo sino que, puesta su confianza en el Señor, emprendió con ilusión la reforma de su diócesis. Abrió las puertas del seminario, restauró la disciplina cleri– cal, reparó la catedral y otros templos diocesanos, fomentó por do– quier el esplendor de la liturgia, organizó la catequesis, impulsó la creación de escuelas parroquiales, fomentó la formación de campesi– nos y marginados ... Siempre atento a las necesidades de su diócesis, publicó once cartas pastorales, con profundidad teológica y acerta– do pragmatismo. Trabajó mucho e incansablemente, con la dedicación de un ar– tesano, pero sin dejarse agobiar por la gravedad y urgencia de los problemas, manteniendo siempre su profunda paz interior. Su larga experiencia misional, le había modelado como un pas– tor excepcional, difícil de encasillar dentro de la burocracia de una curia episcopal. Creó un estilo nuevo, una manera distinta de ser obispo, en contacto permanente con sus sacerdotes y fieles. Pero aún en esto fue singular: no era un hombre dicharachero y extrover– tido, sino de escasas y oportunas palabras, que en sus conversacio– nes -casi sin proponerlo- invitaba a la comunicación con el Señor. Durante los ocho años que estuvo al frente de su diócesis, reco– rrió, tres veces al menos, todos los caminos y visitó todos los pue– blos y caseríos de su dilatado territorio, desafiando las diferencias

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