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INOCENCIO DE BERZO 227 Es una pena que se hayan perdido la mayoría de sus escritos. De las pocas meditaciones que se conservan, olvidando los usos pro– pios de la oratoria de entonces, se deduce la impronta personal de su espíritu que refleja la vibración de sus largas y dolorosas refle– xiones. La descripción detallada de cada cosa, de cada sentimiento, nos revela con qué íntimo sufrimiento seguía el martirio amargo del Redentor. Esta piedad amorosa y conmovida le hacía derramar lágrimas abundantes cuando hablaba de la pasión. Su llanto conta– giaba al auditorio que era incapaz de resistir y lloraba con él. El amor a Cristo sufriente se traducía en la práctica cotidiana del «Vía Crucis», una devoción típica del espíritu franciscano que se ha hecho popular gracias, precisamente, a los esfuerzos de los franciscanos. El padre Inocencio la practicaba muchas veces cada día. Hasta «ocho o diez veces» en su sólo día. Don Michele lsonni añade que había oído a los padres de la Annunziata «que un día había hecho hasta catorce con todas las postraciones y oraciones, empleando en cada una por lo menos media hora». En algunos días, especialmente, no era capaz de abadonar a su dolorido Jesús. Entonces se le veía frecuentemente en el coro o en el claustro con un crucifijo en las manos meditando y llorando la pasión divina. «De noche colocaba al lado de la cama una peque– ña imagen con la representación de los misterios del Vía Crucis» y recomendaba esta devota práctica a todos. Sobre todo recomenda– ba este piadoso ejercicio a los sacerdotes que se confesaban con él y se lo imponía como penitencia. Estaba verdaderamente enamo– rado de esta devoción. «Cuando se veía a alguien recorrer las esta– ciones del Vía Crucis, enseguida los religiosos comentaban que se había confesado con el padre Inocencio». Se ha escrito que la responsabilidad y el pesar de tener que preparar las pláticas de los ejercicios destruyeron su salud, por otra parte ya muy gastada. Comenzó su predicación en el convento de Milán-Monforte. Acu– dieron muchos religiosos, unos conocidos y otros menos conocidos; entre ellos el padre provincial y religiosos ancianos y jóvenes. El padre Inocencio se siente arder, pero termina. Luego se ~irige al convento de Albino. Aquí ya no puede más. Habla de Cristo, de la eucaristía, de la pasión, de la Virgen. Su corazón no soporta
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