BCCCAP00000000000000000000682
226 «... el Señor me dio hermanos» faltas, recibir reprensiones y cumplir otros aspectos penitenciales de– lante de toda la fraternidad. Todos estos medios externos le ayuda– ron a descubrir con claridad lo que siempre había buscado confusa– mente: un amor apasionado a Cristo crucificado y un deseo ardiente de ajustar su vida a los dolores de Jesucristo. Mientras predicaba un sermón sobre la pasión se quedó como petrificado, con los ojos fijos en los asistentes, casi sin respirar. Se produjo un momento de silencio que se convirtió en tensión. Luego el padre Inocencio vuelve a hablar con un tono distinto, separa las palabras como si estuviese fatigado, como si le faltase la respiración: «Os amo, hermanos, os amo a todos, pero quisiera más que os mu– riérais en este momento antes que alguno de vosotros cometiera un pecado mortal». Y se detiene con los ojos puestos en el crucifijo. Quisiera continuar, pero no tiene fuerzas, no le salen las palabras, se le ha apagado la voz. Sigue un largo silencio, se queda como absorto, inmóvil sobre el púlpito delante de todos los fieles. Los asis– tentes bajan la cabeza y meditan recogidamente aquellas palabras. Entre sus escritos se conservan algunos fragmentos de sermones que nos pueden ayudar a comprender lo que sentía en su corazón y lo que intentaba comunicar a su auditorio. Recogemos el extracto de un sermón sobre la pasión. Leamos un breve fragmento sobre la flagelación: «El dulce Jesús se deja desnudar y atar para sufrir el oprobio del suplicio. Inmediatamente los verdugos, armados de duros flagelos, que están a su aldededor, comienzan a golpearlo sin miramiento y sin piedad. Aquel cuerpo virginal, bajo la avalancha de golpes furiosos, se vuelve lívido, se hincha después, se le desgarra la piel, brota la primera sangre, aparece la carne viva y los huesos y en poco tiempo se convierte en una pura llaga desde la cabeza a los pies. Pero aquellos granujas no cesan de golpear sobre las car– nes desgarradas, se multiplican las llagas, las heridas, los dolores. La sangre corre como un río, la carne cae a pedazos o salta por el aire cortada por los azotes. Las cuerdas están ensangrentadas, los verdugos están ensangrentados, el pavimento también está ensangren– tado y cubierto de trozos de carne. Continúan golpeando. Esto es lo que le cuesta a Jesús nuestras ·inmundicias. Por tanto, no contris– temos más con pecados sucios al Espíritu de Dios que habita en nues– tros cuerpos».
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz