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INOCENCIO DE BERZO 225 la noche y permanecía arrodillado, disfrutaba del gozo estático de quien está poseído del amor. Cuando venían a llamarlo o cuando la campana llamaba a los religiosos a los actos comunes, él bajaba alegre y fresco para unirse a la fraternidad. La eucaristía había sido desde los años de la adolescencia el punto de partida y el fundamento de su encuentro con el Señor. Ahora, la costumbre de vivir junto al tabernáculo, los días pasados bajo el mismo techo, la meditación sobre los escritos y la vida de san Francisco, el conocimiento de las tradiciones capuchinas, habían cambiado tan profundamente todo su ser que no podía vivir, ni siquiera físicamente, lejos de la eucaristía. No le bastaba la misa, celebrada con pausas extensas, con un largo tiempo de preparación y de acción de gracias; no le bastaban tampoco las visitas repetidas y prolongadas y otras fórmulas empleadas cada día. Irresistiblemen– te se sentía arrastrado hacia la iglesia, hacia el tabernáculo en todo momento. Una tarde bajó desde la Annunziata a Ossimo para confesar. Terminada la función, los fieles salieron de la iglesia y el párroco volvió a su casa, pensando que el confesor había regresado también a su convento. Pero, ¿cómo habría podido el padre Inocencio sepa– rarse del tabernáculo? Junto al altar, sumergido en un silencio ado– rante , su alma quedó «en muda palabra de amor». Nadie lo vio y nadie se dio cuenta. Cerraron la iglesia y, a la mañana siguiente, el párroco lo encontró estático, en oración, con el rostro distendido y los ojos llenos de alegría. «Jesús sacramentado era alimento y reposo, no solamente para su alma, sino también para su cuerpo». La pasión del Señor La espiritualidad franciscana y específicamente la espiritualidad capuchina ofrecieron al padre Inocencio un nuevo camino a sus an– sias de mortificación. El capuchino intenta imitar a san Francisco en el seguimiento de Cristo pobre, humilde y crucificado. Este ideal entusiasmó inmediatamente al novicio Inocencio. Esto explica el fer– vor con que abrazó y practicó las penitencias y humillaciones carac– terísticas de los capuchinos como la disciplina, el uso del cilicio, rezar con los brazos en cruz, acusarse públicamente de las propias

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