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INOCENCIO DE BERZO 223 en Albino profesores y condiscípulos descubren su ingenio ágil, sutil y profundo. Leía y comentaba la suma teológica con la familiaridad y seguridad de quien no solamente conoce cada página y cada cues– tión, sino de quien comprende y gusta la variedad de las proposicio– nes y la agudeza de las soluciones y argumentaciones. Tenía mo– mentos en que la atracción y el gozo por las intuiciones de la mente lo trasportaban a un mundo casi inconsciente de aislamiento; enton– ces queda uno prendido de sus labios por la profundidad de sus pensamientos y la facilidad de su palabra. La intuición genial y la improvisación profunda no eran más que aspectos de una humani– dad sorprendentemente rica. El padre Agostino de Crema lo había llamado a Milán, a la redacción de «Annali Francescani», por el aprecio ilimitado que te– nía, no sólo de su santidad, sino de su madurez humana y de su preparación teológica. Estas mismas cualidades serán las que más tarde deciden que los superiores le confíen la predicación de los ejercicios espirituales a los religiosos de toda la provincia. En esto coinciden muchos testimonios, incluso los sacerdotes de Valcamóni– ca donde el padre Inocencio ejerció gran parte de su ministerio: «El padre Inocencio, escribe el pároco de Pian di Borno, don Giro– lamo Maccanelli, era uno de los sacerdotes del valle más experto en teología moral. Además estaba dotado de una intuición penetran– te, de tal manera que le bastaba una sencilla explicación para que inmediatamente comprendiera el estado de ánimo del penitente. Los sacerdotes del Valcamónica recurríamos a él en los casos intrincados y el padre Inocencio, con sencillez, claridad y prontitud, respondía inmediatamente a nuestras preguntas con abundante cantidad de prue– bas y razones, apoyándose en la autoridad de los autores más im– portantes». Nunca hizo alarde de su inteligencia o de su ciencia, pero sabía usarla en el momento oportuno. Finalmente es divertido leer en las declaraciones de los procesos su «astucia» para conciliar su extraordinaria personalidad con su sed de humildad, o la obe– diencia con su aspiración a la penitencia. La obediencia la ejercitaba hasta el mínimo detalle. Pedía per– miso para las cosas más insignificantes y lo repetía incansablemente gracias a su inagotable fantasía. «Después de muchos años de reli– gioso nunca quiso usar, a pesar de las repetidas y amplias conce-
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