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222 «... el Señor me dio hermanos» De aquí brotaba su ansia de expiación, su deseo de orac1on y purificación, así como su actitud penitente, angustiado incluso ex– ternamente por las penas y aflicciones del espíritu que han contri– buido a crear una imagen triste de su persona, la cual está muy lejos de su temperamento. La realidad es que su fe limpia y su amor gozoso por el Señor se asustaban ante el mal que supone el pecado. Así el amor y la fe le recordaban sus propios pecados y agrandaban desmedidamente sus pequeñas faltas, que aparecían ante sus ojos como abominables ofensas contra el Señor. En cierta ocasión pidió a uno de sus confe– sores, padre Fedele de Brivio, que en su viaje a Bérgamo, donde residía el teólogo oficial de la provincia, se informase con exactitud «si el pecado venial puede ofender infinitamente a Dios». Muchos testigos confirman esta preocupación y aseguran que tenía una idea tan alta de la perfección religiosa y tanto horror al pecado que «llo– raba amargamente sus pequeñas faltas» y «temblaba ante el pensa– miento de incurrir en cualquier mínimo pecado». Todo esto consti– tuye su mundo interior y señala una de las características inconfun– dibles de sus relaciones con Dios. Aquí nos tenemos que detener, incapaces de comprender y explicarlo; estamos ante el misterio del alma que «ha visto a Dios» y tiembla y se anula delante de la in– mensa majestad de Dios. Pero para los compañeros religiosos el padre lnocencio conser– va en el corazón una alegría espontánea que a veces sale fuera con frescura sorprendente. Ya en los tiempos del colegio y del seminario se caracterizaba por ello. Los compañeros recordarán su falta de habilidad en el juego de pelota y otros deportes, pero también su sonrisa y su humor por causa de su torpeza. Hemos recordado có– mo siendo sacerdote en Berzo se las compone para dar un tinte de alegría a los gestos de su caridad hacia los pobres, cómo consue– la a su madre, que ve desaparecer lo necesario de su casa, con gol– pes de humor tales que no solamente la desarman, sino que la em– pujan a la generosidad. Cualquier cosa «podría volar alegremente de casa de su madre». Durante el noviciado divierte a los compañeros que le observan alegremente «cómo maneja la aguja para remendar y volver a re– mendar lo ya remendado más de una vez». Durante su permanencia
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