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MARIA MAGDALENA MARTINENGO 11 con frecuencia: Señor mío, renunciaría a los esplendores de vuestra gloria, donde íntimamente saciáis a los santos, para que pudiese vivir siempre a los pies de vuestros altares, adorándoos en los es– condites de la fe, de la misma manera como entre los esplendores de la gloria». Señalaba al máximo esta disponibilidad en preferir la adoración en la fe al esplendor de la visión beatífica. Es una orientación cons– tante de su teología espiritual, anclada en la palabra de Dios, expe– rimentada con .pruebas hirientes de las noches de los sentidos y del espíritu. Sobre la estela de la más genuina tradición franciscana, María Magdalena traza un itinerario del alma a Dios, empedrado de cruces, iluminado de seráfico ardor. Escribe páginas estupendas, en las que ofrece una riqueza admirable de enseñanzas con un len– guaje espontáneo, humilde y noble, nacido siempre de una experien– cia vivida en Dios. Es un verdadero tesoro de celeste sabiduría que, desgraciadamente, por imperdonable negligencia de quienes le siguie– ron, ha quedado en gran parte sepultado en los archivos. El amor vive de excesos Era ésta una de sus max1mas, que repetía con mucho gusto para llevar a la contemplación de las locuras del amor de Dios e insinuar la respuesta que la creatura debía dar. Al exceso de un Dios muerto en la cruz, era necesario responder, según ella, con un exceso de mortificaciones, pero cuyo contenido debía ser el amor, y la forma, igualmente, un juego de amor. Tenía poco más de diez años cuando en el monasterio de Santa María de los Angeles, daba a las compañeras internas un espectácu– lo curioso y significativo. Con el pretexto del calor, a veces se des– calzaba y bromeando corría con los pies desnudos entre los escom– bros, las ortigas y espinas, hasta ensangrentarse los pies y las pier– nas. A continuación concluía con una llamada clara a la lectura de la vida de los santos, diciendo con agradable desenvoltura: «Por amor de Dios se hace así». En el monasterio de Santa María de las Nieves, donde la morti– ficación era personal, pudo dar pleno desahogo a su sed insaciable de penitencia. No es posible hoy relatar el elenco interminable de

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