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10 «... el Señor me dio hermanos» miendo perder un solo momento de tiempo, así el Señor por su infinita bondad me correspondía internamente con palabras dulcísi– mas. Hablándole le decía: Os amo, mi Dios; os adoro, mi bien. Y diciendo de este modo, ponía la cabeza pegada al suelo y rápida– mente el Señor desde la intimidad del corazón me respondía: Queri– da hija, tú me amas, pero yo sin comparación te amo más. Si le decía: Señor, coged mi corazón que yo no lo quiero más; El, agra– deciendo este ofrecimiento, me parecía que, quitándome el corazón, me pusiese el suyo todo inflamado en amor; y yo, no pudiéndolo sufrir así encendido e inflamado, me desmayaba por el ardor que suavemente me consumía... ». En este tipo de oración, está ya configurado, en sus líneas esen– ciales, el camino del amor que, a lo largo de su existencia desarro– llará en experiencias místicas extraordinarias, como éxtasis, visiones, intercambios de corazones y desposorios con el Señor, celebrados en la liturgia del cielo. Aquello que va siempre puntualizado es la intervención determinante del Señor, que toma la iniciativa y lleva a la criatura dócil a vibrar en sintonía con el toque del espíritu de amor. Sor María Magdalena está consciente y declara: «Mi oración es más obra de Dios que de mí, siendo El el principal agente de esta alma, obrando más a la manera divina que a la humana». Des– cribe, después, del siguiente modo su respuesta de amor: «Me hin– caba delante de la divina majestad, y tomando el crucifijo en la mano lo besaba estrechándolo hacia mi pecho y hablándole: y ya, pidiéndole perdón de mis pecados, o bien solicitándole su santo amor, o bien prometiéndole fidelidad y suplicándole de crucificarme toda con El, o bien ofreciéndome toda en holocausto perpetuo y renun– ciando con total desprendimiento a todas las cosas del mundo, co– mo para ocupar todo mi corazón, creado sólo únicamente para ser– vir y amar a su Creador». Hija auténtica del serafín de Asís, sor María Magdalena se dejo imantar no sólo de la cruz, sino también de la Eucaristía. Pasar horas y horas delante del tabernáculo, era para ella una necesidad: «Era tan grande -escribe- la correspondencia de amor con el divi– no amor sacramentado, que en aquel día en que comulgaba, me parecía vivir toda fuera de mí y transformada en amor... Le decía

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