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6 «... el Señor me dio hermanos»» de éste se enamoró de ella pidiéndole la mano. En este momento la condesita, con dieciocho años, hubo de experimentar una vez más todavía ser «más voluble que el viento, más ligera que una rama». Una tarde se retiró a su habitación y se dispuso a extender una nota al padre para comunicarle que accedía ya a las reiteradas pro– puestas matrimoniales. Entró en aquel momento una de sus donce– llas, que la conocía desde pequeña, y le preguntó qué cosa estaba escribiendo. Margarita le confió que pensaba desposarse con el hijo del senador. Y entonces, la sabia y cariñosa sirvienta le pidió apla– zar y mandar la comunicación al padre en la mañana siguiente, des– pués de haber pedido luz al Señor en la oración. De nuevo, Aquel que la había elegido gratuitamente por un diseño de su amor, inter– vino con el poder de su gracia y transformó radicalmente su estado de ánimo, confirmándola en el propósito de hacerse religiosa. Pasó la noche delante del crucifijo; en la mañana estaba decidida, y se lo comunicó al padre en términos que no admitían réplica. El 14 de agosto estaba de regreso a Brescia. Siguió un curso de ejercicios espirituales en el colegio de las ursulinas, y el 8 de septiembre de 1705 tomaba el hábito religioso entre las monjas ca– puchinas de Santa María de las Nieves en Brescia, tomando el nom– bre de María Magdalena. En el momento de entrar en el monasterio, después de la exte– nuante tensión del adiós familiar, debió experimentar todavía un temblor de su naturaleza sensible, al despedirse de la amiga íntima, la condesa Paola Avogadro. Lo describe del siguiente modo en la autobiografía: «¡Oh Dios! qué perturbaciones eran las mías. Entra– das una a una las tres compañeras, entré también yo en cuarto lu– gar; y por ser la última en entrar fui estrechamente abrazada por una dama, que pienso la instigase el demonio para oprimirme; di aquel paso con tanta violencia, que creo ciertamente no será más grande aquel cuando se separe el alma del cuerpo». En el renunciar a los afectos más queridos, sintió un desgarrón como si fuese a morir; eligió seguir su vocación con la punta de su voluntad inclinada a amar al Señor a costa de cualquier sacrifi– cio. Quiere ser capuchina, escribe, «no por el pundonor de haber dicho tal cosa -como habían insinuado los parientes y repetidos los teólogos consultados-, sino porque, respecto a la parte supe-

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