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162 «... el Señor me dio hermanos» secundaba sus deseos de permanencia de Ripoll. El, sin duda, por prudencia, les aconsejó que esperasen durante algún tiempo, sin tomar decisión alguna, pero veía cómo se iban desvaneciendo los planes y proyectos que él tenía para el instituto. Durante algún tiempo se creyó que el padre Tous, se retiraba de la dirección de la comunidad. Fueron, sin duda, los momentos más difíciles. El carácter del padre Tous, de inconmovible paciencia y callado sufrimiento, quietud y sosiego, muy detallista en todas sus empresas y de gran prudencia, chocaba con el de la hermana María Ana Mo– gas de carácter impulsivo, enérgico y emprendedor, la cual, además, se atrajo el consejo de personas ajenas al instituto. ¡Pero eran los caminos del Señor para perfeccionar su obra! Aprovechando estos momentos de cierta desorientación entre las hermanas, hubieron dos intentos de fusionar la congregación con otros institutos religiosos; el primero, a cargo del padre Francisco Coll, dominico, exclaustrado, fundador y director de las «Terciarias Dominicas de la Anunciata» y otro a cargo del mismo obispo de Vic, que propuso a la hermana María Ana Mogas la fusión con las carmelitas de Vic. Sin embargo, aquélla, tras mucho orar, vien– do que el Señor la quería en su vocación primera, decidió esperar las indicaciones del padre Tous, que ya se había decidido a trasla– dar de Ripoll a la comunidad. Durante este confuso y oscuro tiempo, en el que exteriormente había aparecido como retraído y apartado del instituto, el padre Tous se había intensificado en el retiro y el silencio para oír mejor la voz del Señor, temiendo por el futuro de su obra. Siempre pon– derado y prudente, y no queriendo resolver por sí solo lo que consi– deraba obra del Señor, acudió nuevamente al padre Claret, quien le confirmó sus propósitos y le animó a seguir adelante con sus proyectos para la congregación. Dispuso entonces el fundador que las hermanas de la comuni– dad de Ripoll se trasladaran, unas, a finales de 1858, a Capellades (Barcelona), donde estableció el noviciado, y otras, en 1859, a Sant Quirze de Besora (Barcelona). En 1862 decidió abrir casa en Barcelona. Una vez afianzada ésta, proyectó la primera fundación fuera de Cataluña: Madrid en
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