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MARIA MAGDALENA MARTINENGO 5 La gracia, que la había preservado desde la infancia, no había eliminado la debilidad de la naturaleza. No había nacido santa, y debió saborear la humillación de la derrota. Pero intervino la mise– ricordia del Seño:- y la hizo sentir, en la oración delante del sagra– rio, la llamada a la vida religiosa contemplativa. Precisamente en aquel tiempo, una compañera de internado entró en las capuchinas 1de Pavía y a ella, que había preferido «el manto blanco de las car– melitas al tosco sayal de las capuchinas», la virgen María la inspiró a hacerse hija de santa Clara. Escribió rápidamente al padre para manifestarle su intención. Como era de preveer, desencadenó una tempestad tremenda. Co– menzaron las tías, siguió el confesor a declarar que «era sujestión diabólica, que la ponía en peligro de condenación eterna, siendo incapaz de elección alguna en el conflicto en que se encontraba y que sería mejor desposarse». Tenía 17 años, terminaba entonces la formación en el internado del Espíritu Santo, y por tanto volvió a la casa. Aquí los familiares recurrieron nada menos que a la consulta de tres renombrados teó– logos para que estudiasen el caso y se pronunciasen en relación a él. La sentencia fue que no se trataba efectivamente «de una voca– ción divina, sino de un peligro manifiesto». Margarita objetó que, «para asegurarse de su vocación, le bas– taba a ella leer el Evangelio, le daba gracias y declaraba que se abandonaría entre los brazos de Dios, para que la gobernase a pla– cer... y que por ello la dejasen en libertad, y no la inquietasen más sobre aquellos propósitos». Mientras tanto, pasando a los hechos, se presentaba en las capuchinas de Brescia, siendo aceptada y envia– da, según la costumbre de entonces, a pasar la cuaresma en el cole– gio Maggi, dirigido por las ursulinas, para prepararse a la toma ~e hábito junto con otras tres postulantes. Después de pascua, el padre, con el pretexto de acompañarla a saludar a un tío en Venecia, antes de entrar en clausura, le prepa– ró un viaje por varias ciudades de Italia, con la finalidad de dis– traerla y apartaria de su vocación. Fue el último intento, y poco faltó para conseguirlo. En Venecia, el tío le hizo frecuentar la casa de un senador de la República y organizó los encuentros de tal modo que un hijo

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