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152 «...el Señor me dio hermanos» gían entre ellos. Entre sus amigos hay que destacar al padre Anto– nio María Claret, en quien más adelante, encontrará un buen amigo y consejero para la obra a la que Dios le llamaba. El llamado de Dios en el amanecer de la vida Sin contar aún los dieciséis años de edad, el 18 de febrero de 1827 recibió y vistió el hábito capuchino con el nombre de fray Ildefonso. En enero de 1828, por concesión del padre provincial, y a petición de su propia madre que era muy devota de san José, se llamó José de Igualada. Además se había dado la circunstancia de que había nacido en el mes dedicado al santo, a quien su madre lo había confiado. Siguió su noviciado como corista en el convento de Santa Eula– lia, en Sarriá (Barcelona), emitiendo su profesión solemne el 19 de febrero de 1828. Iniciaba así la realización de su más íntima y soña– da aspiración: buscar siempre y en todo a Dios renunciándose a sí mismo. En este tiempo, cimentó las virtudes que más tarde brilla– rán en su personalidad: amor al retiro, al silencio y a la oración, su observancia fiel y exacta en el cumplimiento de sus deberes, vir– tudes todas ellas aprendidas de sus padres. Fue también en este período en el que se consolidaron sus de– vociones predilectas, que marcarán toda su vida y empresas apostó– licas: la devoción a Jesús crucificado y sacramentado, y a María, en su advocación de «Divina Pastora». Juventud capuchina Después del período o trienio dicho constitucional (1820-1823) la orden capuchina, como las demás órdenes establecidas en Espa– ña, pasó por una tremenda crisis, sea por la abundancia de defec– ciones o secularizaciones, sea por la relajación de la observancia regular. El padre Tous se formó en la Orden en los años más álgidos de la década llamada «ominosa», en encarnizada lucha entre el ab-

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