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4 «... el Señor me dio hermanos» La condesita no nace santa En los primeros días del adviento del año 1699 entró en el mo– naterio del Espíritu Santo, donde para atenderla había otras dos tías maternas religiosas. Le pareció al principio que entraba «en un paraíso terrenal», pero no tardó mucho en invadirla una penosa ari– dez de espíritu que se prorrogó por unos diez años. Tenía trece años cuando pidió emitir el voto de virginidad; el confesor, pruden– temente, se lo permitió solamente de una fiesta a otra. Entonces fue asaltada de tentaciones de toda especie; invadie– ron su fantasía «abominables imágenes de cosas nefastas», se le ini– ció un sentido «de pereza y de cansancio de las cosas de Dios»; sentía murmullos de palabras blasfemas, de odio contra el Señor, y llegó a tal desesperación de «casi desear matarse para ir lo más pronto al infierno». Escribirá más tarde, mirando a este período de su vida: «La navecilla de mi alma, que en el mar de las delicias se encaminaba velozmente a Dios, entrando después en aquel mar de tentaciones, se quedó miserablemente anegada... ¡Oh Dios mío, a qué miserable estado llegó jamás mi alma!». Las penas del espíritu repercutieron en el físico, e hicieron dete– riorar visiblemente su organismo en la época del desarrollo. Los confesores, desgraciadamente, no estuvieron a la altura de las cir– cunstancias, y. contribuyeron a empeorar la situación con preguntas indiscretas. Las tías, religiosas según categorías de recuerdo manzo– niano, intervinieron impidiéndole «acercarse a las hermanas de pie– dad ejemplar» y con hacerle toda clase de presiones para que orien– tase su vida al matrimonio. Ella debió denunciar «las tiranías de sus señoras tías por las que era tan fastidiada». Para colmo, vinie– ron los hermanos a comunicarle que ya «todo estaba preparado pa– ra el matrimonio» y le dejaron libros y romances de amor. Era la primera vez que se le presentaban con su poder seductor las lec– turas mundanas, y cayó miserablemente en la trampa. «Loca y ciega -escribió en la autobiografía-, me engolfé totalmente en ellos, que los leía día y noche. Ni aquí acabaron mis pecados. Fui pomposa– mente vestida, y yo toda llena de soberbia me vanagloriaba; mien– tras todas las monjas espirituales se alejaban de mí, y las otras, deseosas de mi casamiento, me acariciaban»

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