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ESTEBAN DE ADOAIN 147 Por luchar en favor de la unidad directa con Roma sería depuesto del cargo de vicecomisario general por el padre Llerena en el último año de su vida, con no pequeña amargura suya y pro– testas de la mayoría. Pero no tardarían en cambiarse las tornas, aunque demasiado tarde; pues cuando la congregación comunicaba al padre general, de parte del papa, el nombramiento del padre Adoáin para el cargo del padre Llerena, que lo destituyera, en Ro– ma se ignoraba que aquél acababa de morir. Con la Divina Pastora hasta la muerte Todavía pudo predicar la novena de la Divina Pastora en Sevi– lla, pero estaba tan herido de muerte que no parecía ni su propia sombra, aunque los penitentes afluyeron al confesonario como siem– pre después de sus sermones. Se buscó alivio para él en Antequera y no hallándolo, pidió lo trasladaran a Sanlúcar y en su convento expiraba el 7 de octubre de 1880, a las cinco en punto de la mañana, con la sonrisa en los labios. Una crónica de la restauración de la Orden en España escribiría de él, subrayando su cualidad apostólica más eminente: «El padre Esteban de Adoáin no era el único misionero capuchino, pero era el más grande de todos ellos, una gloria verdadera no sólo de los capuchinos de Centroamérica, sino de toda la Orden: y puede figu– rar dignamente al lado de los más ilustres y santos misioneros que ha tenido la iglesia católica en el siglo décimonono». Como se ha visto en las páginas anteriores, esa talla extraordi– naria del predicador tenía por cimiento y pedestal unas cualidades humanas poco comunes, por sus dotes no tantos intelectuales cuan– to físicas y morales, una vivencia del carisma religioso capuchino de total sinceridad y entrega, y un cultivo de la unión con Dios por medio de la oración hecha vida. Si su vida misionera había transcurrido en rumor de multitu– des, nada extraño que ese rumor le acompañara después de muerto. Todas las campanas de Sanlúcar doblaron por él. Gentes de cual– quier condición social acudieron a venerar y despedir sus despojos y encomendarse al que consideraban santo. Por retener de él algunas
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