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ESTEBAN DE ADOAIN 141 gerlos. Iban armados de cuantas armas, blancas y de fuego, pudie– ron hallar. El jefe político de la ciudad y las fuerzas de que dispo– nía tuvieron miedo y les fue comunicada la consigna de apaciguar al pueblo y disipar en él toda sospecha, e incluso, de buscar la cooperación de los capuchinos para conseguirlo. Lograron que, en parte, éstos y aquél se tragaran el anzuelo de «orden y progreso», que decían los liberales constituía su programa político. Contestan– do a una carta de los mismos sobre el particular, el padre Esteban afirmaba que ese mismo programa, dentro de la línea del Evangelio, había sido precisamente el suyo desde 1837, en que había comenza– do a ,predicar. En cuanto al tema de la instrucción pública, muy manoseado por el nuevo régimen, el capuchino afirmaba: «En las ciento y más misiones que he predicado en esta república desde el 56 hasta la fecha, no se me ha pasado ni siquiera una sin dirigirme a las autoridades locales, haciéndoles presente la estricta obligación que tienen sobre la instrucción». Pero el gobierno esperaba su ocasión, y ésta se la brindó un sermón del padre Esteban el día de viernes santo de 1872, en el que apoyaba la condena de un periódico anticlerical por el arzobispo. En aquella prédica daba a entender el padre Esteban, tal vez con ironía, que no •creía estuviera el gobierno detrás de la prensa antireligiosa, y añadía: «Y, si por un imposible, nos mandara algo contra la religión, diríamos como los mártires: ¡aquí está la cabeza!». Los editores liberales del periódico replicaron no sólo en sus páginas, sino, entre bastidores, cerca de las autoridades de su parti– do, para que se hiciera callar para siempre al capuchino. El gobier– no, que no quería dar la cara, hizo llegar a manos del guardián del convento de la Antigua un escrito en que le manifestaba su de– seo de que él mismo, como superior, solicitara la salida del padre Esteban del país. Lo que hizo, como superior, fue pasar el escrito al interesado para que éste se defendiera. Así lo ejecutó poniendo en claro, entre otras cosas, lo que él entendía por ilustración cristiana del pueblo, concepto muy alejado del de sus adversarios, que, ante el país, tam– bién se proclamaban a veces «católicos, apostólicos y romanos». Era a principios de abril. La reacción del gobierno se haría

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