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140 « . .. el Señor me dio hermanos» la célebre comparación de la regla franciscana sobre el prelado, ma– dre espiritual de sus hermanos. O también: la de servidor de los mismos. En el contexto de la regla cobran esas expresiones un relie– ve particular en relación con los enfermos. Y así fue en la gestión prelacial del padre Esteban, que se comportaba con ellos como si fuera también su enfermero, visitándolos a diario, aseándolos y no perdonando cuidado que pudiera aliviar sus padecimientos. Preparó escrupulosamente sus visitas pastorales, que hacían se– gún el estilo, descrito por la regla, de visitar, amonestar y corregir, si fuere preciso. Se conocen no sólo las disposiciones dejadas a sus súbditos con ocasión de esas visitas, sino también el texto de algu– nas pláticas. El de la primera de ellas era una especie de vademé– cum del propio visitador, caracterizado por el sentido pragmático. Durante su mandato logró ver proclamada oficialmente por el papa a la Divina Pastora patrona de los capuchinos de Centro– américa y de sus trabajos apostólicos. Al concluirse el trienio de su gobierno e iniciarse el siguiente bajo nuevo comisario general, el convento capuchino de Belén, en la ciudad de Antigua Guatema– la, contaba con 15 sacerdotes y otros tantos profesos simples para clérigos, más nueve hermanos no clérigos y un novicio; la comuni– dad salvadoreña de Santa Tecla se componía de ocho sacerdotes, cuatro clérigos y cinco hermanos no clérigos. Pero los días de ambas estaban contados, como efecto de los avatares políticos de aquellas naciones. Destierro a punta de bayoneta Habiéndose adueñado del poder los liberales, después de largos y pacíficos años de gobierno moderado, no perdieron tiempo en des– terrar al arzobispo de Guatemala y expulsar a los jesuitas. De mo– mento no se metieron con los capuchinos, que también se hallaban en su lista negra. Sabían que las masas populares estaban por lo común de su lado, y se alborotarían, si les aplicaban igual medida, en particular si ésta afectaba al padre Esteban. Por ello procedieron con cautela. De hecho, cuando se filtró la noticia de que también los capuchinos estaban comprendidos en el mismo decreto que los jesuitas, unas cinco mil personas rodearon su convento para prote-
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