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ESTEBAN DE ADOAIN 139 Como la madre ama y cuida... , o del superior solícito A principios de 1865 el padre Esteban se dirigió a la ciudad de Santa Tecla para echar los cimientos de la fundación que allí les había ofrecido tanto el obispo como el presidente. El misionero optó por preparar antes el terreno espiritual en la conciencia de aquella población, que había sido capital interina de la república. A sus muchos habitantes se sumaron advenedizos de toda la comarca, ansiosos de la palabra de Dios y del sacramen– to de la penitencia. Hablaba el padre una tarde sobre el pecado, aludiendo sin du– da al más combatido por él, el de la lujuria. Ponderando su mali– cia, aseguraba que quienes lo cometen merecería ser petrificados por un rayo. Apenas dicho esto y sin nublarse el cielo lo más mínimo, descargó un trueno horrísono, seguido de una chispa eléctrica, que carbonizaba a una pareja enlazada cerca de la iglesia. Cuando, en la estación de las lluvias, se hacían impractica– bles las misiones populares, el padre Esteban, que no podía estar ocioso, dirigía ejercicios espirituales de ocho días. El fervor, sobre todo de los hombres, en esas jornadas de silencio y reflexión, le conmovía. Estaba persuadido de que era ése el mejor método para consolidar los buenos efectos de una misión, «porque las máximas y verdades que en ocho días se oyen, quedan más arraigadas en los corazones». Y no descansó hasta ver establecida una verdadera casa de ejer– cicios en Centroamérica, lo que se verificaba en 1870 en la Antigua Guatemala. En esta época de su vida fue nombrado, pese a su resistencia, superior local de la Antigua y comisario general de los capuchinos de América Central (1868-71). No le iba el cargo, no por falta de dotes, sino porque podía obstaculizar su vocación de misionero am– bulante. Trató de esquivarlo y no lo consiguió, pero luego viviría con el alma dividida entre ambos compromisos, el de la pastoral para con sus hermanos, en la cual le decía el padre general, ani– mándole, que podría actuar como formador de misioneros, y el ejer– cicio personal de este último apostolado. Su programa de gobierno, como superior, parecía cifrarse en
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