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ESTEBAN DE ADOAIN 137 que puso el gobierno iban sin freno. Sin duda temían alguna insu– bordinación». La comitiva caminó en cabalgadura hasta la frontera con Guatemala, donde el capitán de la tropa les ordenó descalbar– gar e internarse en el país vecino. En su carta al presidente de aquella nación, explicándole el pro– ceder de los misioneros y protestando contra el del gobierno, dejaba traslucir alguna de sus ideas sobre filosofía de la política y de la historia cuando afirmaba: «Para consolidarse un gobierno no hay mejor remedio que el de la religión, y esto no se consigue sino pre– dicando e instruyendo al pueblo». Expulsado tan violentamente de aquel país, continuó su tarea evangelizadora en Guatemala, donde su predicación se veía interrum– pida por un género de actitudes totalmente diferentes: en pleno ser– món prorrumpían a veces los oyentes en actos de dolor, confesando a voces sus pecados públicos. El entusiasmo de todo el mundo por su predicación lo mismo de la gente sencilla, de los indios, ladinos y alta sociedad que de los poderes oficiales eclesiásticos y civiles, era tan grande y unánime que, aceptada por los capuchinos la fun– dación de un convento en Chiquimula, el día de la primera piedra se dirigieron al río próximo «el señor corregidor y el señor cura con toda clase de personas, y cargando cada uno su piedra» la lle– varn al solar. De su identificación con la propia Orden en esa u otras empre– sas, daba fe por aquellos años su respuesta al procurador de la misma, padre José de Llerena, cuando éste solicitó su ayuda con vistas a una misión en Santo Domingo o en otro país: «Yo valgo poco, pero estoy dispuesto a hacer cuanto pueda, porque mi vida no es mía, sino de mi madre la religión capuchina. A ésta le debo cuanto soy, y por ella estoy resignado a dar mi sangre». El Salvador: si con fe dijérais a ese volcán... Variada la situación política en El Salvador, el presidente llamó, de acuerdo con el obispo, a los capuchinos para que misionaran por el país. No faltaba en ello su parte de razón de estado, pues los «de derechas» veían en la proclamación del Evangelio no
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