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134 « ... el Señor me dio hermanos» Para el cumplimiento pascual de aquel año se ganó de tal ma– nera a los presos del penal de Santiago, que no juzgó arriesgado proponerles fueran en procesión a confesarse en la catedral, y empe– ñó su palabra con el estupefacto director, no mucho más seguro de que no se fugarían de cuanto lo había estado su antiguo colega de la cárcel de Filipos del que hablan los Hechos de los Apóstoles (16, 23-34). Doce sacerdotes, con el arzobispo al frente, los esperaban en el templo. Los presos atravesaron ordenadamente la ciudad, se con– fesaron, y volvieron:, tranquilos a la cárcel, ante los ojos atónitos del vecindario. En la misión de Rayamos hubieron de deshacer «una multitud de divorcios de gente de primera clase»: gran parte de los abogados, escribanos, comerciantes, etc., vivían en contubernio. Allí, como en otros lugares, se hicieron con la lista de los amancebados, facilitada por las autoridades de orden del arzobispo. Pero viéndose en evi– dencia por ese procedimiento algunas personas principales, no ceja– ron hasta suscitarle un proceso al padre Esteban, sustanciado en que su predicación contra aquel común estado de cosas subvertía el orden establecido y podía despertar, entre las razas de color, sen– timientos de igualdad y llevarles a la revuelta. Sin embargo, ahora en Cuba, como antes en Venezuela, eran muchos los que no veían otro mal proceder en el predicador que el de anunciar el Evangelio sin amilanarse por las posibles consecuencias contra su persona. Un fiscal llegó a sugerir que se le hiciera salir de la isla sin ruido en vez de proseguir con el encausamiento, pues éste podría llamar de– masiado la atención de las gentes de color. El arzobispo salió en su defensa, rebatiendo cada una de las acusaciones y dando el padre Adoáin este testimonio: «Asociado a mi misión cuando comenzaba mis tareas apostólicas, le vigilé, le tuve a mi lado, le probé de muchas maneras y me persuadí de la feliz adquisición que hice en su persona. Y los buenos resultados de sus continuos afanes vinieron a justificar el juicio que de él me formé». E identificado con la actuación de sus misioneros, llegó a amenazar con dimitir y acompañarles al destierro, si algunos, es– pecialmente el capuchino, eran expulsados de la isla. Incluso forjó con el padre Esteban un plan que hubiera acelerado
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