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ESTEBAN DE ADOAIN 133 la legitimación multitudinaria de matrimonios, con su correspondiente papeleo, etc. Con el crucifijo al cuello, el estandarte de la Divina Pastora arrollado, y su asta por bastón, más una potente caracola o fotuto para convocar a misión, se lanzó el padre Esteban a su primera campaña cubana en compañía del secretario de monseñor. La des– crita sería la imagen familiar del mismo durante muchos años. En el pueblo de Morón hubieron de dedicar doce y catorce ho– ras diarias a las confesiones. Del de Sagua, misionado del 20 de diciembre de 1851 al 11 de enero siguiente, escribiría el padre Este– ban no haber topado en ningún otro con «tantos amancebados, adúl– teros, incestuosos y divorciados». Su satisfacción al final, fue enor– me, viendo que aquel vecindario de tabaqueros había respondido admirablemente. En Barcacoa, que se gloriaba de su rancia fundación (1511) y donde la última misión había sido dada en 1788 por dos capuchinos del colegio de La Habana, se repartieron más de cuatro mil comu– niones, luego de preparar intensamente a sus habitantes durante más de un mes. En la siguiente, de Mayarí-Alto, arreglaron 220 matri– monios concubinarios, lo que obligó al padre Esteban a leer un ré– cord de proclamas, y este esfuerzo, unido al de la predicación, le hizo sentirse agotado al final, tal vez por primera vez en su vida. Por entonces vióse tentado de una bella señorita canadiense, que, prendada de las dotes humanas del predicador, le propuso unir sus vidas y pasar el resto de ellas en algún paraje feliz del norte, gozando de sus muchas riquezas. Si, en los primeros momentos, el padre no advirtió la verdadera intención de la dama y pudo pen– sar en cosa muy diversa, pues era protestante, en cuanto cayó en la cuenta de hacia dónde apuntaba la extranjera, pasó al ataque con un incisivo y reiterado: «Y, después, ¿qué... ?». Ante su mutis- mo final, dejó caer él la respuesta: «Después ... , ¡la muerte!». Esa entereza del sacerdote cambió el corazón de la mujer; arre– pentida, pidió y obtuvo el bautismo católico. En uno de los propósitos que hizo en los ejercicios espirituales de 1852, practicados «con mi arzobispo Claret», decía: «No miraré el rostro a las mujeres». Ese y los demás propósitos de tales ejerci– cios los llevaba escritos en una página de su Kempis de bolsillo.

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