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2 «... el Señor me dio hermanos» conde de Barco, y de Margarita, hija de los condes Sechi de Ara– gón. El parto fue dificilísimo; la madre quedó fatalmente amenaza– da y murió después de cinco meses; la niña debió ser bautizada rápidamente en la casa, por miedo a que muriese. Le fue puesto el nombre de la madre, y el 21 de agosto de 1691 fue llevada a la iglesia para las ceremonias que faltaban del bautismo. El 2 de enero de 1689 el conde Leopardo se volvía a desposar, tomando como esposa a Elena Palazzi, que tuvo por Margarita un verdadero afecto materno. Tenía siete años, en el 1694, cuando fue confiada para la primera formación intelectual y espiritual a la ursulina Isabel Marazzi, la que consiguió, en la escuela de la gran conciudadana santa Angela Mérici, infundirle un convencido apego a la oración y al estudio. Margarita consiguió notable provecho, instruyéndose desde este momento en el conocimiento de las letras italianas y del latín, por lo que leía autores clásicos y el breviario romano con gran· dominio. Tenía una verdadera pasión por la lectura, que con el pasar de los años le consiguió una cultura fuera de lo común. Era de una generosidad particular, daba a los pobres cuanto tenía a mano, hasta el punto que se debía tener cerrrado con llave su guardarropas, para evitar que lo vaciase. Un día, llevada de paseo en un «carricoche», a causa de enca– britarse los caballos, cayó debajo de las ruedas del carro. Debía quedar triturada, pero «el toque de una mano invisible rápidamente la recogió y la alejó del peligro». Vigilaba sobre ella el Amor que la había elegido para un disefio suyo inefable. Según la costumbre de las familias nobles del tiempo, a los once años, en febrero de 1698, fue llevada al internado del monas– terio agustino de Santa María de los Angeles, donde estaban de religiosas dos tías maternas. Aquí hizo la primera comunión. Es entonces cuando le sucede un pequeño accidente que le queda impreso por largo tiempo fijo por su sensibilidad espiritual, causado por una formación veteada de rigorismo jansenista. En el momento de la comunión, la sagrada hostia cae al suelo y ella debió tomarla con la lengua. «Creí entonces -escribe en la autobiografía- que el Se– ñor sacramentado quisiese huir del alma sucia de pecados y nausea– bunda a su infinita pureza... Se me inició desde entonces un cierto temor reverencial al acercarme a la santa comunión, el cual no sólo

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