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Beata María Magdalena Martinengo Las maravillas del Amor Francisco Javier Toppi «No puedo soportar las alabanzas que se le hacen a cualquier creatura, o porque se distingue en alguna virtud, como por ejemplo la abstinencia o la mansedumbre, o porque parece que en todo se comporta con humildad. En efecto, pienso que aquella alma será tanto más santa, cuanto sea más vacía de sí misma, porque con ese vacío interior participará más de la santidad divina. ¡Pero de verdad, Dios mío, tú sólo eres santo!». Así escribía la beata María Magdalena Martinengo en el Trata– do sobre la humildad, y fue un acierto el haber elegido este bellísi– mo pensamiento para la memoria litúrgica de la autora. Manifiesta una actitud de fondo que la caracteriza y da la clave de vuelta para hablar o escribir de ella con adherencia a la teología y a la historia. Ciertamente María Magdalena habrá agradecido que nos refira– mos a este principio, anunciado por ella con clara transparencia, para trazar un perfil biográfico-espiritual. Delante de las maravillas de la gracia en ella se puede quedar deslumbrado y no estar, por tanto, en actitud de controlar el entusiamo y la alabanza. Es cuanto le ha sucedido a sus biógrafos, y nosotros queremos inmunizarnos del contagio, poniendo las manos por delante y, al mismo tiempo, poniendo como canon interpretativo y compendio de esta historia maravillosa: «Aquello que hizo en ella el Amor». El la amó primero La beata nace en Brescia el 4 de octubre de 1687, tercera después de dos hijos varones, de Francisco Leopardo Martinengo,

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