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FRANCISCO MARIA DE CAMPOROSSO 117 a fray Francisco María. Le sugirió que no le gustaba que acudiera a la portería con tanta frecuencia y le ordenó que entregara todo lo que administraba, tanto si provenía de las limosnas como de las donaciones del Puerto Franco. Total, que le relevó de la gestión del depósito del que hemos hablado anteriormente y del resto de las limosnas. Hubo religiosos que criticaron severamente tales nor– mas. Fray Francisco no se inmutó y el mismo padre Anacleto decla– ra que «inmediatamente y simplemente lo entregó todo». Por algunas alusiones inocentes e inadvertidas del religioso, sus devotos intuían algo raro y doloroso; comprendían que se avecinaba rápidamente la muerte de su bienhechor. Con demasiada frecuencia repetían sus labios la expresión, por otra parte habitual en él: «el cielo, el cielo». Entre tanto comenzaban a oirse noticias siniestras. Reaparecía de nuevo el cólera en algunos casos aislados; los barcos estaban sometidos a cuarentena. A primeros de agosto fray Francisco María pidió que le dejasen visitar los santuarios marianos de los alrededores. Alguien le propu– so quedarse en Nuestra Señora de las Gracias en Voltri; le respon– dió: «Dejadme marchar». Tenía prisa. En su mirada se adivinaba una profunda tristeza. ¿Qué le pasaba? El 5 de agosto se reconoció «oficialmente» la presencia del có– lera en Génova; una mujer contrajo la infección. La misteriosa sen– sibilidad de las almas hizo sentir también al padre santo todo el drama y el miedo de su gente, de su ciudad. Estar lejos hubiese sido una traición. Sus días se desenvolvían a un ritmo distinto. Animaba a sus devotos y les regalaba imágenes con la bendición de san Francis– co. Algunos más íntimos le ofrecía una reproducción de su propia foto que, por obediencia, le había sacado un fotógrafo a punto de malograrse; dirigía insistentemente a todos palabras de fe, de es– peranza, sin ocultarles explícitamente su próxima desaparición. Por la noche alargaba sus oraciones penitenciales. El padre Oracio lo sorprendió en una ocasión «abandonado en sí mismo, absorto, como si durmiera». Al día siguiente él mismo confesó al padre cándidamente: no dormía, sufría terriblemente al enterarse cómo se extendía la epidemia y se ofrecía a sí mismo y a los otros re-
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