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FRANCISCO MARIA DE CAMPOROSSO 115 «ideas italianas a la moderna», que demostraban de cuando en cuando clamorosamente. La intervención del ministro general, Venancio de Turín, que giró la visita a la provincia en 1847 e impuso una serie de normas, no consiguó llevar la tranquilidad; más bien, las pers– pectivas de un porvenir poco seguro agudizó el problema de la obe– diencia y de la pobreza que no aceptaban de buen grado algunos religiosos y que provocó una querella mantenida a lo largo de mu– chos años. La tradicional austeridad, muy rígida de los capuchinos, sufría en aquel momento las arremetidas y asaltos de las nuevas costumbres «mundanizantes», que los más conservadores juzgaban profanaciones. El padre santo se movía entre las dos corrientes, manteniendo su programa de sufrimiento y de tenaz partidario de la paz. Lo expresaba en sus gestos forzosamente significativos: decir oportuna– mente una palabra, ayudar a los demás y salir al encuentro de sus necesidades, sin olvidar a los más solos y tristes, como aquel com– pañero de noviciado a quien visitaba regularmente en el sombrío lugar de su internamiento, el manicomio. Las disposiciones siguieron adelante. Un día de fiesta, en la plaza del convento, cuando el provincial, padre Juan de Acqui salía hacia San Bernabé, fray Francisco María se postró ante sus pies con los brazos abiertos y gritó: «usted será siempre mi padre y yo seré siempre su hijo». Un compañero nos cuenta el programa de perfección que cum– plía a rajatabla: «hacerse santo sin que el mundo se dé cuenta». De hecho en el círculo de la comunidad se notaba su presencia más por esta fidelidad sensata y su silenciosa virtud que por hechos ex– traordinarios. Los religiosos fervorosos se sentían reanimados, los menos fervorosos se mostraban inquietos. Su ofrecimiento Muy pocos acontecimientos interrumpieron el trabajo del padre santo. Aparte de alguna peregrinación que realizó, según costumbre, a sus santuarios queridos, en raras ocasiones se alejó de Génova. Viajó algunas veces a Camporosso para cumplir sus deberes filiales con sus ancianos padres; la última vez en el verano de 1852; en
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