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114 «... el Señor me dio hermanos» Algunas frases y anécdotas de la biografía del padre santo son in– comprensibles fuera de su contexto. Durante el tiempo que trabajó como ayudante del cocinero nos encontramos casualmente con un caso curioso que confirman muchos testigos. Cogió la costumbre de tener una piedrecita en la boca para ejercitarse en la paciencia y en el silencio, a causa de las frecuentes interrupciones en el traba– jo que tenía que aguantar por parte de los religiosos, que, por una razón o por otra, venían a molestarlo. El joven religioso buscó desde entonces una regla de oro para la convivencia en medio de la numerosa comunidad. La encontrará un poco más tarde en un escrito hallado en su celda, ocupada ante– riormente por fray Félix, otro religioso muy estimado: «silencio, mor– tificación, oración». Confiadamente confesará a otros compañeros: ser fiel a estas tres palabritas fue el secreto de vivir en paz con los noventa religiosos de la Santísima Concepción. Fray Francisco María comprendía la enorme importancia que tiene la paz dentro de una comunidad y aceptaba como ejercicio ascético las dificultades que de ello se derivaban. «Paz con Dios, paz con nosotros mismos, paz con todo el mundo». En el ámbito de la familia religiosa siempre se esforzará para que los frailes con– serven la caridad y, si alguna vez se le hiere o se pierde, para que lo más pronto posible se recupere. Los actos de los religiosos no todos estaban inspirados en los más altos ideales de la vocación. Las tensiones del iluminismo y los efectos de la revolución marcaron profundamente a los miem– bros de la comunidad, y sus relaciones se resentían por estas cir– cunstancias. Fue relativamente fácil y de modo positivo la recupera– ción de la actividad sacerdotal, lo mismo que las relaciones sociales; por otra parte, la provincia conoció un maravilloso relanzamiento del ideal misionero. Sin embargo se notaba un sufrimiento interior; los ánimos no estaban serenos. El punto débil radicaba en usos pri– vados y en la tendencia al individualismo proveniente, sin duda, de la supresión y de la amenaza latente que de un momento a otro podía repetirse. Además, «los proyectos, las esperanzas y la ebullición» que agi– taban al mundo exterior, se reflejaban en el interior del convento. Algunos, para usar la pintoresca expresión de un documento, tenían

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