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FRANCISCO MARIA DE CAMPOROSSO 113 era una de sus frases preferidas. Dormía sobre las tablas con un trozo de madera por almohada; cuando visitaba Camporosso, nunca se logró que durmiera sobre la cama, asegura el párroco. Tomaba alegremente las sobras de la comida y, el gesto realizado en unas navidades, cuando después de servir a los pobres la comida, pidió al cocinero algunos mendrugos de pan mojados en agua caliente para él, no fue una «florecilla» para la galería, sino la expresión de una actitud. calzaba siempre sandalias toscas y viejas, nunca se puso un hábito nuevo. Cuando el padre provincial, Valentín de Taggia, en 1848 le mandó ponerse una túnica nueva y dormir sobre el jergón de paja, aceptó la orden con un «sea por amor de Dios». Se sometió tranquilamente al superior cuando en una ocasión orde– nó comer carne en día de vigilia; lo mismo sucedió durante un via– je, cuando su compañero, padre Jaime de Voltri, le recordó el con– sejo del seráfico padre de comer de todo cuanto se ponga en la mesa. Este comportamiento, esta santidad, diríamos, de fray Francis– co María se fundaba en un sentido de equilibrio y en una sana libertad de espíritu, abierta a la alegría y a la compresión. Percibía las vibraciones poéticas de la creación, como nos lo dice el día en que, al escuchar los alegres gorjeos de los pájaros en la plaza, recordó al padre Oracio las palabras de san Francisco: «tenemos muchos hermanitos que alaban al Señor»; o en la costum– bre de colocar una plantita sobre el alféizar de la ventana, que, al decir de uno de los muchachos que le acompañaban a la limosna, estaba siempre en flor. No nos debemos engañar al contemplar el aspecto austero y reservado de su fotografía. Los religiosos que convivieron con él recuerdan unánimente que, aun en medio de los sufrimientos y del cansaI)ciO, su rostro estaba «siempre alegre y sereno» y, la piadosa Magdalena Montobbio, que lo conoció y visitó durante todo el tiempo de su vida religiosa, nos da una elocuente definición de su santidad: «en todo brillaba su santidad verdaderamente amable». La convivencia en comunidad Este atractivo no podía nacer más que de la irradiación de una paz interior, de una sincera colaboración en la vida de comunidad.

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